Una de las consecuencias culturales, susceptibles de estudio por la sicología social, que engendró el prolongado predominio del partido de estado, fue el cinismo, la benevolencia antiética con que se definían y aceptaban los desarreglos generados en un gobierno sin crítica legislativa, sin posibilidad de escrutinio público real y profundo.
El sistema de botín era admitido no sólo por sus beneficiarios, sino también descansaba en la aspiración de muchos de incorporarse a él, de que . La pretensión de formar parte de la mecánica de la corrupción se expresaba en fórmulas como la pretendidamente humilde o autosuficiente: , o en el asentamiento de admiración o gratitud que despertaba un ladrón que repartía parte de su botín: .Y los sometidos ensalzaban a los gastalones que los hacían partícipes de su boato: . En esa corrupción social que condonaba la corrupción administrativa sobresalía la fría descripción de los latrocinios dispensados en todo tiempo y más aun en el año postrero del gobierno.
Se admitía sin rubor que los funcionarios a quienes había correspondido, la lotería sexenal, un cargo bien remunerado de suyo, o que permitía buscas y comisiones, se preparaban para el futuro, en que el azar podría depararles la maldición de César Garizurieta, el tlacuache, quien sintetizó la aspiración burocrática de no apartarse jamás de la ubérrima ubre del dinero público preconizado que .
En previsión de caer en el error, quienes podían consolidaban . Por eso al lapso postrero de la administración sexenal se le llamaba , porque con esa expresión rimaba, así fuera ripiosamente, el permiso y aún orden de saqueo: . Es decir, había que limpiar las arcas, que no quedara en ellas remanente alguno. Tan valida era la descripción, tan ciertamente aplicada, que en los gobiernos estatales era frecuente que el relevo de gobernadores produjera verdaderas crisis presupuestales, porque se perdía la capacidad de pago debido a que las cajas quedaban exhaustas.
*Maestro en Gobierno y Administración Pública