Aquellas noches oscuras en que, bajo la mortecina luz de una vela, esperábamos la noche para descansar y reponer las energías perdidas durante el día en aquellas destartaladas camas, el calor de las cobijas se convertía en refugio, nos guardaban de los peligros.
Es importante decir que nuestra casa era de madera costera y tejado de cartón que, en temporadas, se convertía en una verdadera coladera y había que poner cubetas en tiempos de aguas y, en la noche, colocar las camas de manera que evitara que una grosera gotera arruinara el lecho.Era gratificante escuchar durante varias horas el constante chipi chipi sobre las láminas de cartón que llegaban a convertirse en un arrullo, pero, cuando uno más a gusto estaba, nos dábamos cuenta que había nacido una nueva gotera con todas sus consecuencias, había que buscar rápidamente un plástico para subsanar el “pequeño” problema y seguir en brazos de Morfeo.
Por las mañanas no dejaba de tener su chiste ir a la escuela sorteando las pequeñas lagunas, llegar a la escuela con la pantorrillas mojadas, en ese tiempo ni se usaban los calcetines… los que usaban no se los quitaban nunca, hasta que solo quedaban sendos tubos en las olorosas plantas, con un poco de tecata, nada que no resolviera un baño con jabón de lejía que le habíamos robado a mi tía Joaquina.
¡Aquellas mañanas lluviosas de sábado cuando el sol nos encontraba en los llanos de Huipio, San José o El Rebocero en la búsqueda de los hongos amarillos, las guachas, las trompas, los llaneros Patitas de Pájaro y otras variedades!
Ya en casa, y en familia, dábamos cuenta de ellas a veces al natural, otra con su salsa de jitomate y cuando había modo rebozadas de huevo de gallina de matrimonio: ¡eran la delicia de las hambrientas fauces de la familia!
Al inicio de las lluvias era pródigo en la proliferación de frutales, tales como los duraznos y los capulines, las zarzas y la moras que eran atacadas por la palomillas y todavía nos dábamos el lujo de llevar a las casas, en familia degustábamos de los frutos de la tierra; ¡de veras que tenían su encantos las temporadas de lluvias!, solamente los amargadas y los inútiles se sumían en la eterna autocomplacencia… Nosotros sentimos perfectamente que era mala suerte sentarse en la banqueta de una calle y mostrar al mundo nuestra miseria económica.
Recuerdo aquellas semanas de interminables vacaciones, al son de los aguaceros se convertía en toda una experiencia donde los juegos eran bajo la lluvia, era nuestro sostén y entretenimiento, éramos inmunes a a las enfermedades bronco respiratorias, cuando de algo nos enfermábamos nos esperaban unas cataplasmas de manteca en la plantas de los pies, al día siguiente, a seguir en actividad y es que en el barrio teníamos de todo: potrero para juegos, pantano. peñas, huertas de frutales del Tío Róbalo, calles anchas, calles estrechas, cuestas prolongadas y todo este escenario solo para jugar durante todos el año, pero sobre todo en tiempos de lluvia.
¡Aquellas tardes inmensas de lluvia guarecidos en la pestañas de las casas! Nos poníamos a ver los fuertes aguaceros, la gotas al caer semejaban monjitas que salían de los conventos con sus paragüitas, pero también se nos figuraban filas de soldados que iban prestos al combate, en una tarde que se estrenó una tormenta eléctrica de plano nos asustamos, corrimos a la casa de mi tía Lupe y rápidamente que saca unas palmas que había bendecido el Domingo de Ramos, le prendió fuego y… ¡lo increíble!… como por arte de magia se calmó la fiesta de relámpagos, rayos y centellas, claro que todo esto acompañado de rezos, cánticos y jaculatorias: /San Isidro Labrador/ quita la agua y pon el sol ¡
Tiempo de aguas, tiempo de soñar que tras la tormenta viene la calma, que cuando el río suena, agua lleva y, aunque rompa la lluvia la lamina de cartón en la noche oscura, siempre hay un sol de esperanza, un mañana de luz que atenúa las penas y las hace pasaderas, cuando los tiempos de dificultad agudizan el ingenio en aras de la sagrada supervivencia; lluvia, olor a tierra mojada…verde color de esperanza conjugadas con la magia de este pueblo que huele a frutas y sagrada tradición.
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