4 febrero, 2025
ROTATIVO DIGITAL

Tengo una crisis de celos, ¿qué hago?

No podemos negarlo: ahí están los celos carcomiéndonos por dentro cuando vemos a nuestra pareja reírse de unos pésimos chistes realizados por esa otra persona, aquella compañera de trabajo, amiga de toda la vida o el/la ex que se convirtió en una bonita amistad; cuando le mandamos un mensaje de “¿y qué haces, amor?” y recibir “aquí, con esa otra persona trabajando/yendo al gimnasio/saliendo a comer juntos” o “fíjate que me acabo de encontrar con esa otra persona e igual vamos a ir por un café en lo que entramos a clase/trabajar.”

Cuando nos enteramos que una significativa cantidad de tiempo en que la pareja está en el teléfono es para textearse con esa otra persona; cuando por fin vemos la dinámica de entre la pareja y esa otra persona en vivo y en directo y notamos que inunda la confianza y hasta el contacto físico. Cuestionamos, indagamos, ponemos en tela de juicio la sinceridad de esa amistad: ¿acaso por ahí huelo un ligero aire a coqueteo mutuo?

Como reacción a esas sospechas, buscamos seguridad, cariño, complicidad, afiliación con la pareja: cualquier cosa que nos asegure no sólo la supervivencia del amor o de la relación, también que la permanencia tanto la fidelidad como la lealtad en ella. Sin embargo, poquito a poquito, las dudas incrementan y se acumulan como si fuesen una gota tras otra que llenan un vaso de agua y se desbordan mediante comentarios como: “No sé por qué, pero esa otra persona tiene algo que no me hace confiar en ella. No sé. No me agrada. Mira cómo te mira todo el tiempo.”, “Amor, ¿por qué todo el tiempo te estás mensajeando con esa otra persona?", “¿No te parece atractiva esa otra persona, no te gusta ni siquiera un poquito?” Mientras que la pareja, en su sabionda equidistancia, sólo responde de manera indiferente: “No, si sólo es una amiga. Para nada, ni me interesa. Sólo está en tu cabecita, amor.” Y no podemos negarlo: ahí están los celos románticos retorciendo las tripas con ganas de tirarse al suelo y empezar un berrinche.

Desgraciadamente, como las personas maduras que somos, nuestro sentido común nos limita a hacerlo; principalmente porque estamos conscientes de 1) los celos son una reacción que surge cuando sentimos que la satisfacción de nuestra necesidad psicológica de afiliación –de amor y vinculación– está en riesgo

 

2) en ocasiones el miedo a perder ese momento de felicidad con la pareja puede distorsionar nuestra realidad: nos dejamos vencer por la paranoia e imaginamos, maquinamos, exageramos acciones y actitudes que –no– están sucediendo

 

3) ese mismo estado de miedo suele retroalimentarse hasta el infinito provocando ansiedad y depresión, a menos que desarrollemos herramientas que nos ayuden a regular a los celos

 

4) y en caso de sufrir de celotipia –celos enfermizos– que promuevan agresiones, abusos, acosos y pongan en riesgo tanto la vida como salud de uno como de segundas personas, es indispensable buscar ayuda profesional –psicólogo, psicoterapeuta, psiquiatra, terapia grupal…–. Y pese a que sentimos los celos hasta que se nos retuercen las orejas y las tripas, sabemos que no son saludables pues nos dañan tanto a nosotros como a nuestros seres queridos.

 

No, los celos no son muestras de amor. Así que ignoremos los comentarios de nuestras abuelitas diciendo: “Te cela porque te quiere”. No, simple y rotundamente, no.