En las últimas semanas he escuchado distintas voces coincidentes en su molestia por la crítica situación que se vive hoy en día en el Centro Cultural Antiguo Colegio Jesuita de Pátzcuaro; voces tanto de miembros de la comunidad artística como de la comunidad cultural local, en general. A manera de respuesta a sus inquietudes rescato para ambas comunidades un artículo publicado en La Jornada Michoacán el 25 de marzo de 2011. La autoridad cultural estatal, actual, tiene la oportunidad de verse en este espejo.
El martes 22 de marzo (2011) asistí a una reunión especial en el centro cultural Antiguo Colegio Jesuita, de Pátzcuaro. Había sido convocada por el maestro Francisco Rodríguez Oñate, titular de esa institución, con la presencia de los miembros del coro mixto de adultos y de los padres de familia de los niños integrantes del coro infantil; estaba entre ellos el maestro de ambos coros, Juan Antonio Martínez. La presencia discreta del que escribe obedecía al rumor que había corrido sobre el objetivo de la reunión: la cancelación de los coros.En efecto, el maestro Rodríguez Oñate dio esa información. Había recibido órdenes de arriba de reducir los gastos del centro cultural; de hecho, al maestro de los coros ya se le estaban adeudando varios meses y no había para cuándo se le pudiera pagar; dado que no se le podía pedir que siguiera aguantando por tiempo indefinido, se decidió cortar por lo sano: cancelar el funcionamiento de ambos coros.
El nutrido grupo de asistentes reaccionó al unísono contra esa medida, que fue calificada de unilateral e injusta, viniendo de una Secretaría, la de Cultura, que tiene precisamente la obligación de promover, fomentar, apoyar, proteger, etcétera, las actividades artísticas para desarrollar las capacidades de los niños y jóvenes. Hubo un padre de familia que ponderó positivamente la participación de su hijo en el coro, pues le estaba ayudando de alguna manera en su rendimiento escolar. Alguien mencionó que con esas medidas el inmueble se podría convertir en un elefante blanco.
Antes, el director del centro cultural se había quejado de que más del 80 por ciento de los asistentes a los eventos culturales era de población extranjera, y muy pocos patzcuarenses. No obstante, había reconocido que cuando los niños habían dado concierto, la gente no cabía en el auditorio y hasta se quedaba afuera.
Hubo coincidencia de varios padres de familia y de miembros del coro de adultos en que, dada la importancia que estaban teniendo los coros, estarían dispuestos a pagar mientras la institución conseguía recursos. Se tomaron entonces dos acuerdos: pagar entre todos al maestro la cuota que él les daría a conocer en próximos días y firmar conjuntamente un oficio a las autoridades de la Secretaría de Cultura para darles a conocer su punto de vista sobre la cancelación de los coros.
Esa reunión me suscitó dos líneas de reflexión: 1). La cancelación de dos actividades artísticas, de niños y de jóvenes y adultos, que dejan mal parado el discurso del gobierno del estado en lo que respecta a promover la educación y la cultura entre los niños y jóvenes para alejarlos de las tentaciones de la delincuencia organizada; y 2) en esas cancelaciones veía la reedición del problema presentado en ese centro cultural ocho años atrás, 2003, que no es sino el reflejo de un proyecto cultural centralista, colonizante, que no toma en cuenta la participación de la comunidad donde se asienta.
A través de los desencuentros del gobernador Leonel Godoy Rangel con el presidente Felipe Calderón, propiciados por la estrategia del segundo para combatir el crimen organizado, y en particular el narcotráfico, los usuarios de los medios de información electrónica y escrita hemos llegado a conocer, por sus declaraciones, que el mandatario estatal tiene una visión distinta para resolver la problemática del crimen organizado: no sólo hay que combatir a la delincuencia con el uso de la fuerza del Estado, sino que hay que ir a sus orígenes para encontrarla en la pobreza y en la marginación, en la falta de oportunidades educativas y sociales que son las que generan migración en unos casos y delincuencia en otros.
Entonces, lo que se requiere son acciones de políticas públicas en la vertiente de política social; es decir, en educación, salud, empleo. Es una visión compartida por un sector mayoritario de michoacanos, entre los cuales me encuentro. No dudo, por cierto, que no esté teniendo aplicación esta visión en las políticas públicas del gobierno estatal en los diversos ámbitos de la administración pública; sí tengo que decir que duele ver cuando se contradice el discurso en las situaciones concretas en que a uno le consta, como es el caso de la cancelación de dos actividades de música coral; lo peor, por cantidades ínfimas que no resuelven ninguna situación económica de apremio institucional, pero que por otro lado sí tienen gran significado anímico en las pequeñas comunidades afectadas, que se traslada de inmediato a la comunidad mayor: la ciudad y el municipio.
Como observador de la política cultural, no he dejado de pensar, no de ahora, sino de varios años atrás, la gran disparidad entre lo que las instituciones de cultura invierten en difusión y promoción artística y cultural, y lo que invierten en educación artística. Sé que hay una diferencia abismal, pero no tengo los números, los cuales habría que solicitarlos a la Secretaría de Cultura. Los números nos habrán de decir lo poco que importa en general a los administradores de la cultura las humildes actividades de promover y fomentar la generación de artistas, esto es, sembrar el futuro del arte y la cultura; se prefiere privilegiar la cosecha ajena, no la siembra propia; el político lleva una vida efímera en las instituciones y prefiere cosechar lo que otros sembraron y ya es fruto de excelencia que viste y adorna, que impacta y da visibilidad y reconocimiento. La educación artística no adorna ni a los profesores que, si acaso, reciben oscuros e innombrables salarios.
Los esfuerzos por tener un coro digno en Pátzcuaro llevan 17 años infructuosos, en los que se han pasado la estafeta desde 1994 a la fecha los siguientes maestros de música: Delfino Madrigal, Manuel Torres Cosío, Hernán Cortés y Juan Antonio Martínez. De todos ellos ha constado su gran dedicación, su desinterés económico y su gran esperanza de poder crear un grupo de calidad que pudiera llegar a ser representativo de la ciudad (hablando tanto del coro de niños como de adultos). Discontinuidad en el apoyo institucional, estatal y municipal, han dado al traste con todos los intentos, pero no han acabado con la necedad porque se trata de un proyecto artístico técnicamente realizable: hay voces, hay voluntad de participar, no faltan los maestros altruistas.
En agosto de 2003 fue el anterior intento de desaparecer los coros en el Antiguo Colegio Jesuita. Firmas de más de 200 ciudadanos acompañaron la carta al gobernador. El diseño del centro cultural no da para comprender las necesidades artísticas y culturales de la comunidad patzcuarense, de ahí que no cueste trabajo intentar desaparecer proyectos locales dentro del inmueble jesuita. El diseño institucional es: inmueble convertido en la mayoría de sus espacios en salas de exposiciones, centro de formación y producción gráfica, los mínimos talleres posibles, y un programa de difusión cultural con base, sobre todo, en artistas externos. Las salas de exposiciones sólo tienen vida el día de la inauguración, por ello es posible ver un inmueble solitario todos los días de la semana, sin mucha actividad que perturbe la tranquilidad que se respira entre sus muros por corredores y patios.
Tal vez por eso los patzcuarenses brillan por su ausencia en las actividades de difusión cultural, pues se sienten excluídos en ese diseño. Pretender acabar con los talleres de música coral, es un buen paso para dejar en claro que no encajan del todo en el esquema de centro cultural concebido en Morelia. Ya se verá si la institución recupera el interés por hacerse cargo del maestro de música.
Artículo publicado el 25 de marzo de 2011 en La Jornada Michoacán.
*Promotor, junto con otros ciudadanos de la localidad, de la restauración del inmueble jesuita (1990-1994); y coordinador del proyecto Academia de Bellas Artes en dicho centro cultural entre 1994 y 2002.