Daniel Márquez Melgoza ANALISTA
10 MARZO 2024.-Hace algunos meses entré en contacto, a través del whatsapp, con un conocido de mi tierra, con el objetivo de interesarlo en intercambiar información sobre un tema x. A las primeras de cambio me dio color sobre sus simpatías políticas; le dije que mi comunicación con él era sólo para el objetivo planteado inicialmente, no para el tema de la política partidista de actualidad. No eludí dialogar y discutir, pues por el tipo de la crítica política de los mensajes que me hizo llegar, me di cuenta de cuál era el tipo de información que se intercambiaba: descalificaciones, burlas, improperios sobre los adversarios políticos.
Estuvo de acuerdo conmigo, y por unos días dejó el tema, pero no tardó en regresar a él con más bríos, compartiendo información de la que recibía del o los grupos de wh a los que pertenecía para intercambiar los temas políticos de su predilección.
Un día no se aguantó y me soltó una reprimenda (entiendo que con la mejor intención):
_Oye Daniel, ya estás grandecito para vivir sin información; a tu edad te expones a que te manipulen.
_ ¿Tú sí estás bien informado? ¿Cuál o cuáles son tus fuentes de información?
_Pues la televisión: Televisa y TV Azteca; Telefórmula y otras.
_ Ah, esas fuentes hace muchos años que he dejado de ver. Tengo otras. Además, no sé si sepas que me preocupa el país desde los 80s, al grado de que desde entonces he venido escribiendo mis preocupaciones políticas en varios periódicos pequeños y medianos; luego en otros más grandes. De La Jornada Michoacán debo tener unos 600 o más artículos, con los cuales podría publicar selecciones de artículos para unos tres o cuatro libros, como uno que acabo de publicar con sólo 74 artículos.
Mi amigo con ello tuvo suficiente para entender que los temas de su predilección no tenían futuro conmigo. Hizo algo: borró todo el contenido del chat que habíamos venido construyendo. Y a veces me manda saludos insulsos con stickers.
Me atrevo a afirmar que hay un analfabetismo político muy extendido en nuestra sociedad, prohijado por la clase política que durante décadas manchó de corrupción el noble ejercicio de la política. Una cómoda forma de rechazar esa política corrupta consistió en no querer saber nada de ella. Ay, no, mejor no hablemos de política; todos son una cochinada, entre otras expresiones. Ese alejamiento de la política fue muy favorable para los políticos que medraban en los partidos políticos que tenían más presencia en la sociedad y que ganaban elecciones con un sinfín de artimañas para evitar que una nueva clase política llegara a hacerles competencia.
Ese analfabetismo político no respeta condiciones económicas, sociales, culturales, académicas, etcétera. Lo mismo se encuentran analfabetas políticos en una ama de casa, en un obrero, en un albañil, en un profesionista de cualquiera de las carreras universitarias: científicas y tecnológicas, sociales y de humanidades. Todo depende del contexto en que los hoy ciudadanos vivieron su vida en la comunidad: de espaldas a ella o intentando interactuar para construir su calidad de ciudadanos, no de simples habitantes de una localidad.
Un analfabeta es aquel que no sabe leer ni escribir. Alguien que esté en esa condición no tendría por qué ofenderse si se le dice: eres un analfabeta. La mención adquiere calidad de insulto cuando el concepto se usa en una segunda acepción: la de no saber leer la realidad.
El dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brecht ha hecho muy citable su abordamiento del tema. Escribió un breve texto que tituló: El peor analfabeto es el analfabeto político. Y clarifica: “No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas”.
Continúa: “El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales…”
Las marchas políticas de la derecha están compuestas en su mayoría con contingentes de analfabetos políticos, sobre todo de la clase media y alta. Los dirigentes de los partidos políticos de derecha saben bien de qué están hechos sus contingentes de “ciudadanos”. Es por esa razón que les sugieren encarecidamente en cada una de las instancias de la organización que no hablen con la prensa, que no respondan a requerimientos de información sobre las razones para salir a manifestarse en la calle. Es que se han dado cuenta de marchas anteriores de cómo los medios de información contrarios, afines a la izquierda, exhiben con regocijo la condición de analfabetas políticos de sus valientes correligionarios.
No acostumbrados a tomar la calle y a exponerse a los rayos del sol, los contingentes de marchistas de derecha son presa fácil de los medios alternativos de izquierda que salen a tomar nota de la vacuidad intelectual de un sector de la sociedad que es nuevo en el ejercicio de hacer ciudadanía tardía en las calles y plazas públicas de las ciudades del país.