5 febrero, 2025
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LA AMISTAD…

Lo más preciado que se puede tener y otorgar es la amistad; solamente a las grandes amistades se les puede confiar lo más íntimo de nuestros secretos y los más grandes sentimientos, sabiendo que ahí estarán bien guardados y podrán ser nuevamente compartidos para fortalecerse ambos.

La amistad verdadera necesita un cierto grado de afinidad moral y espiritual, aumenta el gozo y glorifica los triunfos, soportando las vicisitudes e impidiendo las caídas. La amistad que termina nunca había empezado. El Dalai Lama dice que “la amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad”. Los lazos de la amistad son más fuertes que los de la sangre; también es verdad que la abundancia hace amistades, pero la adversidad prueba las verdaderas amistades; -“Vieja madera para arder, viejo vino para beber, viejos amigos en quien confiar, y viejos autores para leer”- Sir Francis Bacón-. La amistad lo es todo, vale más que el talento, e igual o más que la familia; la amistad se hace no se nace con ella. Conservemos la amistad que hemos hecho.

Saber escuchar es el cultivo de la amistad, y no es solamente en pasar un buen rato en compañía.

El hacer cosas juntos, pasarla bien, el coincidir en intereses similares, el afecto y la simpatía es llegar al corazón o núcleo de la amistad que solo es posible a través del intercambio de subjetividades, de intimidades. Lo íntimo, lo propio –los pensamientos, los sentimientos, las creencias, las opiniones, los gustos-, sólo se expresan porque se quiere y a quien se quiere, siempre y cuando ese “quién” los valore y aprecie.

Parte importante de la amistad no es solo oír y asentir; es atender, mirar, comprender… y para hacerlo hay que saber recibir a la otra persona desde su intimidad. Los enemigos de la amistad son la prisa, el ruido, el orgullo, la brusquedad y la desconfianza.

Escuchar no es tarea fácil. Hablar de lo propio halaga y no pocas veces se hace abundantemente. Hay que poner freno al yo para que no interfiera y apague la amistad; pero requiere reciprocidad, en donde ambos se enriquezcan, hecho que beneficia la calidad y solidez de la amistad.

Las relaciones personales no se caracterizan por ser neutras, más bien generan agrado-desagrado, inclinación-rechazo, afección-repulsa. Entre estos dos polos extremos se sitúa toda una gama de vivencias que constituyen los elementos principales del mundo emocional. El hombre se complementa en la medida que se relaciona con los demás, y la convivencia presenta obligaciones y beneficios; también un dar y un recibir recíprocamente.

El hombre es un ser libre, y como tal puede renunciar a comunicar sus cualidades e intimidades. Un clima de paz se logra evitando conflictos innecesarios, de modo que no solo se vea aquello que conviene o que satisface a uno; encarando con cariño cuando un amigo se equivoca, en vez de hablar a sus espaldas; evitando poses y actitudes altaneras que ofenden y discriminan sin razón objetiva, como las habilidades, condiciones sociales… etc.; en dónde los “otros” no son iguales que “uno”: por lo que se debe reconocer la “superioridad” que alimenta el ego.

La alegría se consigue si se es capaz de sonreír; si se dan las gracias cuando alguien hace un favor; si se complace con los triunfos de los demás; ; si se es capaz de deslizar una frase amable a quien se vea triste o preocupado; si se ayuda al compañero, que le cuesta entender un tema; si se pregunta con sincero interés el estado físico de alguna amistad.

La amistad es el mejor cultivo que puede haber, y es donde se da y se recibe todo el amor, afecto y comprensión que un humano necesita en esta vida.

*Analista