19 abril, 2025
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Símbolos de poder: los pies…

Nadie pensaría que los pies son símbolos de poder, excepto en las pinturas de antiguos tiranos que colocan el pie sobre el pecho del derrotado o lo apoyan (acorazado y con espuelas) en la de un dragón agonizante, pero hay casos en que los pies reflejan toda una historia de vida. La mayor parte de la gente expone las suelas de los zapatos únicamente si se siente en posición de poder protegido o de superioridad, no porque tema tener un agujero en la suela, sino en virtud de que la planta del pie es una porción sumamente sensible de la anatomía.

 

Hasta las personas más duras vacilan antes de caminar descalzas sobre la grava o la arena caliente y casi todos nosotros somos en extremo quisquillosos –por lo tanto vulnerables–  en esa zona. Cuando los hombres cruzan las piernas tienen la tendencia a bajar los dedos de los pies, como protegiendo las plantas, a pesar del hecho de que dicha posición obliga a un considerable esfuerzo de los músculos y tendones del tobillo. Éste es un acto reflejo, un indicativo de que nos sentimos más cómodos con ambos pies en el suelo, plantados con firmeza, dispuestos a saltar si es necesario.

 

Observa a un ejecutivo en acción, conversando acerca de un problema, se echa hacia atrás en su asiento y cruza una pierna sobre la otra, aparentemente seguro de sí mismo y relajado. En el momento en que la discusión se vuelve grave y difícil, descruzará las piernas casi con seguridad, apoyará ambos pies en el piso y se inclinará hacia adelante, con las manos en las rodillas, adoptando su posición de máximo poder. En ese instante, la otra persona tiene dos posibilidades: puede hacer lo mismo, en cuyo caso ambos quedarán agachados hacia adelante, enfrentados en posición de combate, o puede elegir cruzar sus piernas y echarse hacia atrás, mostrando indiferencia y falta de temor ante la postura de poder del otro. Sí, nuestros pies nos delatan; se balancean hacia atrás o hacia adelante expresando duda o impaciencia; los escondemos de la vista de los demás, debajo de las sillas, en momentos de timidez y miedo; los colocamos firmemente delante de nosotros indicando que no cederemos nada ni cambiaremos de idea; juntamos los dedos entre sí en una posición de recatada deferencia cuando hablamos con una persona muy poderosa, y los separamos con los dedos apuntando hacia fuera en un ángulo de cuarenta y cinco grados con el fin de señalar nuestra desdeñosa superioridad.

 

La gente poderosa es muy sensible con respecto a los pies, tal vez porque recientemente ha vuelto a surgir la cuestión de qué hacer con ellos. En el pasado se trataba de una cuestión de esmerada etiqueta, pero el advenimiento  del escritorio tipo cajón en el siglo XX –que protegía al ocupante de visitantes y empleados como una Línea Maginot de madera–, convirtió la conducta y las señales de los pies en un arte perdido. Ahora que los escritorios se han convertido en simples mesas, generalmente en una placa de cristal o madera sobre delgadas patas de cromo, los pies vuelven a ser dolorosamente visibles. Muy poca gente sabe qué hacer con ellos, aunque casi todos los poderosos prefieren apoyarlos en el suelo, lugar al que pertenecen, y mantenerlos los más quietos posible.

 

Qué ponerles encima es otro problema. Cuando quedaban o cultos detrás de un pesado escritorio, a todos les resultaba posible usar botas negras, objetos resistentes y prácticos que garantizaban que los pies se mantendrían abrigados y secos, y sólo eran indicativos del poder y la clase del sujeto por la calidad de la piel y la perfección del lustre. Las botas de J. P. Morgan no eran muy distintas de las de sus empleados, salvo por el hecho de que él tenía un valet que las lustraba y se aseguraba de que los tacos no estuvieran gastados. En la actualidad los pies vuelven a estar a la vista y pueden ser útiles para marcar todo tipo de diferencias sociales y para acentuar una diversidad de pretensiones de poder.

 

Existe una cuestión básica: la gente poderosa se hace lustrar los zapatos o se los lustra. En todas las culturas en las que existe el calzado –y en todos los tiempos–, un zapato sucio es una señal de debilidad. Los caballeros latinoamericanos de la vieja escuela pasaban horas sentados en la calle, haciéndose lustrar los zapatos, y el mejor lugar para ver gente importante haciendo fila se encuentra frente al puesto de limpiabotas, en cualquier gran edificio de oficinas, alrededor de las nueve de la mañana. Muchos poderosos se hacen lustrar por segunda vez después de almorzar, cuando el limpiabotas visita sus despachos por la tarde para restablecer el brillo matinal. Por la noche cuando vuelven a su casa se permiten llevar los zapatos empolvados y opacos, ya que han abandonado el mundo del poder. Esto implica por qué no hay puestos de limpiabotas en las estaciones suburbanas y también la razón por la que qué muy pocos de éstos atienden después de las cinco de la tarde: nadie necita una lustrada al volver a su casa.

 

La gente poderosa lleva, por lo general, calzado sencillo y siempre colocan los cordones –redondos y encerados—en línea recta, nunca cruzados. Los zapatos que tienen  puntera cuadrada, tacones altos, grandes hebillas de metal, costuras en lugares insólitos, o aspecto similar al de las botas de montar no son, decididamente símbolos de poder y es imprescindible evitarlos. La inversión de mil o mil quinientos pesos en un buen par de zapatos es un movimiento inteligente por parte de cualquiera que tenga interés en el poder.

 

Dado que la gente es capaz de cualquier cosa con tal de no mirar el rostro de los demás o de exponer el suyo al escrutinio directo tiene la tendencia a mirarles los zapatos y ésa es la imagen que surge en su mente al pensar en el otro. En los recientes tiempos se ha puesto de moda el calzado con pequeñas hebillas o bridas de metal y están muy bien si provienen auténticamente de Gucci de Nueva York. Las imitaciones son sutilmente reconocibles y no se debe recurrir a ellas. David Mahoney, por ejemplo usa Gucci de charol negro con una banda de tela roja y verde y una brida en el empeine; estos son símbolos poderosos del éxito y la confianza aunque, al igual que cualquier objeto de moda, pueden resultar anticuados cuando llegues a comprarte un par…

LIC. ALFREDO CASTAÑEDA FLORES