Lic. Alfredo Castañeda Flores Analista
Siempre es peligroso mostrarse superior a los demás, pero lo más peligroso de todo es parecer libre de toda falla o debilidad. La envidia genera enemigos silenciosos. Lo inteligente es poner de manifiesto, de vez en cuando, tus defectos y admitir vicios inofensivos, a fin de desviar la envidia y parecer más humano y accesible. Sólo los dioses y los muertos pueden parecer perfectos, impunemente.
La envidia es una hierba que no debe ser regada, la envidia tiene mucho poder en un entorno democrático. La gente que es superior a la mayoría evita toda apariencia de grandeza. Esto no significa que la grandeza debe sofocarse o que sólo debe sobrevivir lo mediocre, sino que es necesario recurrir a un hábil juego de apariencias. La insidiosa envidia de las masas puede desviarse con facilidad: muéstrate como uno de ellos, tanto en estilo como en valores. Establece alianzas con quienes son tus inferiores y elévalos a posiciones de poder para asegurarte de que te apoyan en momentos de necesidad. Nunca hagas ostentación de tus bienes, y disimula el grado en que ellos te han comprado influencia. Demuestra tu respeto por los demás, como si estos fueran más poderosos que tú.
Nunca seas tan tonto como para creer que despiertas admiración mediante la ostentación de las cualidades que te destacan por encima de los demás. Al hacer tomar conciencia a los otros de la posición inferior que ocupan, sólo generas “admiración desdichada”, o sea, envidia, que corroerá a los demás hasta que terminen socavando tu éxito y posición de formas por entero imprevisibles. Sólo el necio desafía a los dioses de la envidia haciendo ostentación de sus triunfos. El maestro del poder entiende que la apariencia de superioridad sobre los otros no tiene importancia alguna; lo que importa es la superioridad real.
De todos los trastornos del alma, la envidia es el único que nadie admite tener.
Una de las cosas que más difíciles resultan al ser humano es manejar sus sentimientos de inferioridad. Al enfrentarnos con una capacidad, un talento o un poder superior, a menudo nos sentimos perturbados e incómodos; esto se debe a que tenemos una conciencia exagerada de nosotros mismos, y cuando nos encontramos con quienes nos superan, nos percatamos de los aspectos en que somos mediocres o al menos no tan brillantes como creíamos. Esta perturbación de nuestra imagen personal no puede tolerarse mucho tiempo sin que despierten emociones negativas. Primero sentimos envidia: si tuviésemos las cualidades o la habilidad de la persona superior a nosotros seríamos felices. Pero la envidia no nos brinda consuelo ni nos acerca a la persona a la que envidiamos. Tampoco podemos admitir que sentimos envidia, porque es un sentimiento que la sociedad condena: mostrar envidia significa admitir que nos sentimos inferiores. Ante amigos cercanos podremos llegar a confesar nuestros deseos secretos y no realizados, pero nunca admitiremos sentir envidia. De modo que es un sentimiento clandestino.
Lo disimulamos de muchas formas, por ejemplo, encontramos motivos para criticar a la persona a la que envidiamos: decimos que podrá ser más inteligente que nosotros, pero no tiene valores morales o conciencia, o podrá tener más poder, pero ello se debe a que engaña y hace trampas. Si no la desprestigiamos, quizá la elogiemos en exceso, lo cual no es más que otra forma de disimular la envidia.
Hay diversas estrategias para manejar la insidiosa y destructiva envidia. Primero, acepta el hecho de que siempre habrá individuos que, de algún modo, serán superiores a ti, y acepta también que podrás llegar a envidiarlos. Pero utiliza ese sentimiento como fuerza impulsora para tratar de igualar o superar a esas personas algún día. Si dejas que la envidia se vuelva hacia adentro, te envenenará el alma. Expúlsala y podrás elevarte más alto.
En segundo lugar, comprende que, a medida que vayas ganando mayor poder, quienes están debajo de ti, te tendrán envidia. No lo demostrarán, pero es inevitable. No aceptes ingenuamente la fachada que te muestran: aprende a leer entre líneas las críticas, los pequeños comentarios sarcásticos, las virtuales puñaladas por la espalda, el elogio excesivo, la mirada de resentimiento, los críticos feroces, los que te difaman en público. Los grandes problemas de la envidia aparecen cuando no la reconocemos hasta que ya es demasiado tarde.
Por último, deberás saber que, cuando los demás te envidian, trabajarán de modos insidiosos contra ti.
Pondrán en tu camino obstáculos que no preverás o cuya fuente no podrás descubrir. Es difícil defenderse de ese tipo de ataque. Para cuando te des cuenta de que es envidia lo que subyace en los sentimientos negativos de una persona, a menudo es demasiado tarde: las disculpas, la falsa humildad, las acciones defensivas no harán más que acrecentar el problema. Ya que es mucho más fácil evitar la envidia antes de que aparezca, que deshacerse de ella una vez que se ha desarrollado, deberás planificar con cuidado para evitar que ese sentimiento crezca. A menudo son las propias acciones las que generan envidia, la propia inconsciencia. Al identificar las acciones o cualidades que generan envidia, podrás cortarla por lo sano antes de que contaminen toda tu vida.
El dinero es algo que puede conseguirse; el poder también. Pero una inteligencia superior, un físico agraciado y un encanto personal son cualidades imposibles de adquirir. Quienes son perfectos por naturaleza deben trabajar al máximo para disimular su brillo y revelar, de vez en cuando, uno o dos defectos, a fin de neutralizar la envidia antes de que eche raíces. Es un error común e ingenuo pensar que seduces a la gente con tus talentos naturales, en realidad, terminarán odiándote por ellos.
Un gran riesgo en el ámbito del poder es la repentina mejora de la suerte personal: un ascenso inesperado, un triunfo o un éxito que pareciera venir del cielo. Esto sin duda generará envidia entre quienes antes eran tus pares.
Vivimos en un mundo de hipocresías y envidias, así que tenemos que adaptarnos a eso, no queda más remedio que hacerlo, aunque seamos superiores y/o perfectos.