Lic. Alfredo Castañeda Flores Analista
En teoría, todo mundo comprende la necesidad del cambio, pero en el nivel cotidiano, el ser humano es hijo de la costumbre. Demasiada innovación resulta traumática y conducirá a la rebelión. Si tú eres nuevo en una posición de poder, o un tercero que intenta construir una base de poder, has alarde de respetar la forma tradicional de hacer las cosas. Si se impone un cambio necesario, hazlo aparecer como una leve modificación positiva del pasado.
La sicología humana encierra muchas dualidades, una de las cuales es que, cuando comprenda la necesidad de cambio y reconozca la importancia de la ocasional renovación de instituciones e individuos, la gente también se siente irritada y alterada ante los cambios que la afectan en forma personal. Todos saben que el cambio es necesario y que lo novedoso alivia la monotonía y el aburrimiento, pero en lo más íntimo se aferran al pasado. Todos desean el cambio en abstracto, un cambio superficial, pero un cambio que modifique de manera fundamental sus hábitos y su rutina resulta profundamente perturbador.
Ninguna revolución se ha producido sin sufrir poderosas contra reacciones, porque a la larga el vacío que genera se revela demasiado perturbador para el ser humano, que inconscientemente asocia tales vacíos con la muerte y el caos. La oportunidad de cambio y renovación seduce a la gente y la hace que tome partido por la revolución, pero una vez que se diluyó el entusiasmo, como ocurre de manera indefectible, queda una sensación de vacío. Anhelosos del pasado, generan una apertura para que pueda volver a infiltrarse.
Según Maquiavelo, el profeta que predica y provoca cambios sólo puede sobrevivir por la fuerza de las armas; cuando las masas, inevitablemente, ansían volver al pasado, sólo le queda recurrir a la fuerza armada. Pero el profeta armado no podrá perdurar, a no ser que genere con rapidez una serie de valores y rituales que reemplacen a los de antaño y calmen ansiedades de quienes temen el cambio. Es más fácil y menos sangriento practicar una suerte de estafa. Predica el cambio todo lo que quieras, y hasta implementa reformas, pero cúbrelas con la reconfortante apariencia de hechos y tradiciones del pasado.
Comprende, el hecho de que el pasado esté muerto y sepultado te ofrece la libertad de reinterpretarlo. Para apoyar tu causa, juega con los hechos. El pasado es un texto en el cual tú puedes insertar tus propias frases.
Un simple gesto, como utilizar un antiguo título o mantener el mismo número de integrantes de un grupo, te ligará al pasado y te dará el apoyo de la autoridad histórica. Como observó Maquiavelo, los romanos usaron esa táctica para transformar su monarquía en república. Es cierto que instalaron dos cónsules en lugar del rey, pero dado que el rey había tenido a su servicio doce lictores, conservaron ese número de lictores bajo los cónsules. El rey realizaba en persona un sacrificio anual, en una gran ceremonia que conmovía al público; la república conservó esa práctica, pero transfiriéndola a un jefe de ceremonias, al que llamaban el Rey del sacrificio. Estos y otros gestos similares contentaron al pueblo y evitaron que clamaran por el retorno a la monarquía.
Otra estrategia para disimular el cambio consiste en hacer ostentación ruidosa y pública de los valores del pasado. Muéstrate como celoso defensor de las tradiciones, y pocos notarán cuán poco convencional eres en realidad.
Así que, de la boca hacia afuera, adhiere a la tradición. Identifica aquellos elementos de su revolución que puedan parecer basados en el pasado. Di lo correcto, exhibe tu conformismo, y mientras tanto deja que tus teorías hagan el trabajo radical. Juega con las apariencias y el respeto por los protocolos del pasado. Esto vale para cualquier campo de actividad, y las ciencias no constituyen una excepción.
Una nueva verdad científica no triunfa convenciendo a los adversarios y haciéndoles ver la luz, sino porque con el tiempo esos adversarios mueren y surge una nueva generación que ya se ha familiarizado con esa verdad.
Por último, amable lector, recuerda que la gente poderosa presta mucha atención al espíritu de la época. Si las reformas que pretendes se adelantan demasiado a su época, pocos las comprenderán; generarán ansiedad y serán malinterpretadas. Los cambios que implementas deberán parecer menos innovadores de lo que son. Observa el espíritu de la época. Si actúas en tiempos tumultuosos, puedes obtener poder predicando un retorno al pasado, a lo reconfortante, a la tradición, a los rituales. En cambio, durante un período de estancamiento juega las cartas de la reforma y la revolución y ten mucho cuidado con lo que fomentas. Quienes concluyen una revolución raras veces son los mismos que la iniciaron. No alcanzarás el éxito en ese juego peligroso, salvo que estés dispuesto a anticiparte a la reacción inevitable contra el mismo, jugando con las apariencias y construyendo sobre el pasado.
Quien desea o intenta reformar el gobierno de un Estado, y quiere que tal reforma sea aceptada, deberá conservar por lo menos la apariencia de las viejas formas, a fin de que la gente crea que no hubo cambio en las instituciones, aunque sean totalmente diferentes de las anteriores. Porque la gran mayoría de la gente se conforma con las apariencias, como si fueran realidades. ¡Ánimo, no tengas miedo!