19 abril, 2025
ROTATIVO DIGITAL

Recrea tu cuerpo y alma…

Lic. Alfredo Castañeda Flores       Analista

 

No aceptes los papeles que la sociedad te ha endilgado. Fórjate una nueva identidad que atraiga la atención y nunca aburras al público. Sé el dueño de tu propia imagen, en lugar de permitir que otros la definan por ti. Incorpora elementos dramáticos en tus gestos y acciones públicas, y tu poder se verá reforzado y tu personalidad crecerá en forma asombrosa.

 

Las características con las que tú pareces haber nacido no necesariamente son lo que tú eres; más allá de las que has heredado, tus padres, tus amigos y tus pares te han ayudado a modelar tu personalidad. La prometeica tarea de los poderosos consiste en asumir el control de ese proceso, dejar de permitir que los demás ejerzan la capacidad de limitar y modelar. Recréate y conviértete en un personaje de poder. Trabajar sobre ti mismo, como lo hace el artista con la arcilla, debe ser una de tus principales y más gratificantes tareas en la vida. Eso lo torna en esencia un artista, un artista que se crea a sí mismo.

 

En realidad, la idea de auto creación proviene del mundo del arte. Durante miles de años, sólo los reyes y los más altos cortesanos tenían la libertad de modelar su imagen pública y determinar su propia identidad. De forma similar, sólo los reyes y los aristócratas más acaudalados podían ver reflejada su propia imagen en obras de arte y modificarla de manera deliberada. El resto de la humanidad desempeñaba el limitado papel que la sociedad les exigía y tenía poca conciencia de sí.

 

Un cambio en esta situación puede detectarse en el cuadro Las Meninas, de Velázquez, pintado en 1656. El artista aparece a la izquierda de la tela, parado delante de una pintura, aún inconclusa, situada de modo tal que no podemos verla. Junto al artista hay una princesa, sus asistentes y uno de los enanos de la corte, todos los cuales lo observan trabajar. La gente que posa para el cuadro tampoco es directamente visible, pero podemos verla reflejada, muy pequeña, en un espejo dispuesto en la pared del fondo: el rey y la reina de España, que deben de estar sentados en algún lugar del primer plano, fuera del cuadro real.

 

Esta obra representa un dramático cambio en las dinámicas del poder y en la capacidad de determinar la propia posición dentro de la sociedad. Porque Velázquez, el artista, ocupa en el cuadro una posición mucho más prominente que el rey y la reina. En cierto sentido, es más poderoso que ellos, dado que es él quien controla la imagen, la imagen de los reyes. Velázquez ya no se veía como el artista esclavo y dependiente. Se había recreado en un hombre de poder. Y, en efecto, los primeros en jugar abiertamente con su imagen en nuestra sociedad occidental, más allá de los aristócratas, fueron los artistas y los escritores y, más tarde, los dandies y los bohemios. Hoy en día, el concepto del auto creación se ha filtrado poco a poco en el resto de la sociedad y se ha convertido en un ideal al que aspirar. Lo mismo que Velázquez, tú deberás reclamar el poder de determinar tu posición en el cuadro y de crear tu propia imagen.

 

El primer paso del proceso de auto creación es el de tomar conciencia de ti mismo como actor y controlar tu apariencia y tus emociones. Como dijo Diderot, el mal actor es aquel que siempre es sincero. Las personas que muestran su corazón en sociedad resultan cansadoras y fastidiosas. A pesar de su sinceridad, cuesta tomarlas en serio. Quienes lloran en público podrán generar una compasión temporaria, pero la compasión pronto se convierte en burla e irritación cuando sentimos que esos individuos lloran para llamar la atención, y una parte maligna de nuestra personalidad desea negarles tal satisfacción.

 

Los buenos actores se controlan mucho mejor. Saben simular sinceridad, pueden producir a voluntad una lágrima o una mirada compasiva, pero no tienen necesidad de sentirlo. Transmiten las emociones de forma tal que los demás las comprendan. Ningún gobernante o líder sería capaz de desempeñar su papel si todas las emociones que muestra en público debieran ser reales. Así que aprende a auto controlarte. Adquiere la maleabilidad de un actor, capaz de modelar tu rostro de acuerdo con  la emoción que el momento o las circunstancias requieran.

 

El segundo paso del proceso de auto creación es una variante de la estrategia de George Sand: la creación de un personaje memorable, que concite la atención, que se destaque de entre los demás actores del escenario. Ése era el juego de Abraham Lincoln. Sabía que el sencillo y llano hombre de campo era un tipo de presidente que los Estados Unidos nunca habían tenido pero que a los ciudadanos les encantaría elegir. Aunque muchas de esas cualidades le surgían de modo natural, además las enfatizaba: el sombrero, la vestimenta, la barba. (Antes de él, ningún presidente estadounidense había usado barba) Lincoln fue también el primer presidente que utilizó fotografías para difundir su imagen, con lo cual contribuyó a crear el icono del “presidente campesino”.

 

Sin embargo, una buena obra teatral requiere más que una apariencia interesante y un único momento de lucimiento. Es algo que se va desarrollando a través del tiempo. El ritmo y el momento oportuno son fundamentales. Y uno de los elementos más importantes del ritmo de un drama es el suspenso. Los actos de Houdini, por ejemplo, ven los que se libraba de las más complejas ataduras podían llevarse a cabo en pocos segundos, pero él los prolongaba durante varios minutos para hacer transpirar al público.

 

La clave de mantener en vilo al público radica en hacer que los hechos se desarrollen con lentitud, para acelerarlos luego en el momento indicado, de acuerdo con un esquema y un ritmo que tú controlas a la perfección. Los grandes gobernantes, desde Napoleón a Mao Tse-Tung, han utilizado ese ritmo teatral para sorprender y distraer a su público. También Franklin Delano Roosevelt comprendió la importancia de poner en escena los acontecimientos políticos de acuerdo con un orden y un ritmo determinados.

 

En el momento de su elección presidencial, en 1932, los Estados Unidos se hallaban inmersos en una terrible crisis económica. Los Bancos sufrían colapsos a un ritmo alarmante. Poco después de ganar las elecciones, Roosevelt se sumergió en una especie de retiro. No habló sobre sus planes ni sobre las designaciones para su gabinete. Incluso se negó a reunirse con el presidente en ejercicio, Herbert Hoover, para discutir la transición. En enero de 1933, el mes de la asunción de la presidencia por parte de Roosevelt, el país se encontraba en un estado de extrema ansiedad.

 

En su discurso inaugural, Roosevelt cambió abruptamente de tónica. Pronunció un discurso impresionante y dejó en claro que su intención era conducir al país en una dirección por completo nueva, que barrería con los gestos tímidos de sus predecesores. A partir de ese momento, el ritmo de sus discursos y decisiones públicas –designaciones de gabinete, audaces medidas legislativas—fueron desarrollándose a un ritmo increíblemente acelerado. El periodo posterior a su asunción de la presidencia se conoció más adelante como los “Cien Días”, y su éxito en revertir el estado el estado de ánimo del país se debió en parte al hábil ritmo que imprimió a su accionar y al uso de contrastes dramáticos. Mantuvo al público en suspenso para luego conmoverlo con una serie de gestos audaces que tuvieron aún más fuerza por ser tan sorpresivos e inesperados. Tú, amable lector, deberás aprender a dirigir los hechos de forma similar, sin poner nunca todas las cartas sobre la mesa, sino mostrándolas paulatinamente y de forma tal que el efecto dramático se vaya acrecentando. ¡Ánimo!