Hace unas semanas el gobierno mexicano se rasgó las vestiduras porque el presidente uruguayo, José Mujica, había dicho que México daba la sensación de ser un Estado fallido; y ahora está a punto de hacer lo mismo porque el presidente de Bolivia, Evo Morales, acaba de calificar de fallido el modelo de lucha contra el narcotráfico que aplica nuestro país.
Por lo pronto en un comunicado la Secretaría de Relaciones Exteriores ya expresó su sorpresa y preocupación, y entre otras cosas manifestó: “Estas reiteradas expresiones fomentan una falsa percepción de división regional en momentos en que los países de América Latina y el Caribe, México en particular, están empeñados en construir un espacio de unidad y diálogo en la figura de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac)…”Como cualquier mexicano observador de la política exterior de nuestro país, diría que más que falsa percepción de división regional, la percepción real que se tiene de México en las últimas tres décadas en el exterior ha sido de alejamiento de sus hermanos latinoamericanos, para alinearse con la política de los gobiernos de los Estados Unidos; alineamiento progresivo a partir del arribo de la clase política neoliberal, incluida la panista, renunciando al papel de hermano mayor que nuestro país había llegado a construir con una activa política exterior de acercamiento a los países latinoamericanos, sobre todo cuando algunos de ellos sufrieron terribles dictaduras: Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Nicaragua, El Salvador, Guatemala; o cuando Cuba sufrió el criminal bloqueo diplomático y económico por parte de los gobiernos estadunidenses a partir de 1961.
Tengo en mente dos momentos cumbre recientes de la política regional de nuestra América, en los que veo a México aislado de los demás del continente. En el marco de la celebración de la cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión de las Naciones de Suramérica (Unasur), en Guayaquil, Ecuador, 4 de diciembre, se le rindió un homenaje al presidente uruguayo, José Mujica, por la calidad de estadista que ha venido a adquirir al frente del gobierno de su país. El presidente de Uruguay recibió la Orden Nacional del Gran Collar, “máxima distinción que entrega el pueblo ecuatoriano como honra por su trabajo incansable por la justicia y la equidad social.”
El mandatario de Ecuador, Rafael Correa, destacó que Mujica es uno de los hombres que con su acción y su ejemplo han permitido que la historia de América Latina avance a pasos agigantados…”
También dijo Correa: Mujica es “un hombre transparente en toda circunstancia, que se ha convertido en un icono de los nuevos tiempos por su honestidad al hablar y por su coherencia al hacer, por la sencillez y profundidad con la que enfrenta la vida y por su frontalidad para llamar a las cosas por su nombre”.
Recuerdo el ambiente de entrega a ese nuevo icono latinoamericano, de parte de sus pares, como Cristina Fernández de Kirchner, de Argentina; Michelle Bachelet, de Chile; Evo Morales, de Bolivia; Rafael Correa, de Ecuador; Nicolás Maduro, de Venezuela, que fueron los que pude identificar en el video, dejando ver la unanimidad en el sentimiento por un político hermano que los honra con la calidez y hondura de su humanismo. Vaya, que los países sudamericanos hacen mayoría en una nueva hermandad en la actual coyuntura política de la región latinoamericana. Qué lejos de ese ambiente fraterno imaginaba a nuestro país.
El otro momento cumbre de la política regional es apenas del miércoles 17 de diciembre, con el anuncio de la normalización de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, cuando sus presidentes Barack Obama y Raúl Castro, respectivamente, hablaron más de una hora por teléfono y luego intercambiaron discursos para dar por terminado el distanciamiento entre ambos pueblos y gobiernos durante 53 años. Con ese anuncio concluyeron las negociaciones secretas durante 18 meses, en reuniones en Canadá y el Vaticano, reconociendo las partes el papel decisivo del Papa argentino Francisco.
Cuánta razón tiene la Rayuela de La Jornada, del viernes 19 de diciembre, cuando observó: “Ahí donde dicen que Canadá fue anfitrión central de las negociaciones entre Cuba y EU, debió decir México. Perdimos ese protagonismo hace algunos decenios”. En efecto, al menos durante un poco más de dos décadas, México desarrolló una política independiente frente a los Estados Unidos en su relación con Cuba, a diferencia de diversos países de la región que por presión estadunidense se alinearon para aislar al gobierno encabezado por Fidel Castro. Durante ese tiempo los gobiernos mexicanos se ganaron en lo interno la expresión de candil de la calle y oscuridad de su casa, dado que protagonizaron memorables batallas diplomáticas ejerciendo labores de hermano mayor para contribuir a solucionar diferendos entre algunos de los países latinoamericanos.
El colmo del enfriamiento de la política favorable a Cuba de los gobiernos mexicanos ocurrió con la alternancia panista en Los Pinos, durante la cual Vicente Fox brilló vergonzosamente por su proclividad hacia los EU, mostrando la peor cara de un gobierno mexicano contra los intereses del gobierno y pueblo cubanos.
Ocurre el mejor momento latinoamericano, la hermandad de los países de la Unasur y el triunfo de Cuba al reanudar relaciones con EU, con el declive de la diplomacia mexicana y con la caída en picada del proyecto de nación del presidente Enrique Peña Nieto, puesto en jaque por el crimen organizado y el narcotráfico, combatidos con una estrategia de seguridad que hace agua un día en Tamaulipas, otro en Michoacán, un día más en Guerrero, por enumerar los episodios de violencia e inseguridad ciudadana más evidentes de los últimos tiempos; proyecto de nación sensiblemente afectado por la caída de los precios del petróleo y de la moneda nacional frente al dólar; y puesto en entredicho por las evidencias de tráfico de influencias, conflictos de interés y corrupción en los más altos mandos, que le restan credibilidad y confianza, internamente y en el exterior.
Ocurren las críticas al modelo de lucha contra el narcotráfico que aplica el gobierno mexicano, por parte del mandatario de Bolivia, Evo Morales, días antes de que el modelo michoacano, aplicado por el comisionado Alfredo Castillo Cervantes, muestre su debilidad extrema, con el enfrentamiento entre miembros de la propia policía: Gendarmería Nacional y/o Fuerza Rural, el 16 de diciembre, en La Ruana, Buenavista, que arrojó 11 muertos, dejando ver que los avances proclamados de su gestión son cuestionables o en todo caso están por verse.
Hay un clamor entre las fuerzas políticas partidistas y ciudadanas de la entidad, de que no está funcionando la estrategia de seguridad que aplica el comisionado Alfredo Castillo, pugnando por que se evalúe y replantee; otras voces reiteradamente piden la salida del comisionado; otras más hacen ver la necesidad de que sus funciones sean acotadas y se dedique a atender una sola, la de seguridad, y deje al gobernador las acciones del desarrollo integral, etcétera.
Para los resultados de la estrategia de seguridad que dejan ver el reciente conflicto de La Ruana, entre miembros supuestamente del mismo bando, los michoacanos podríamos intentar solos su aplicación; de fuera sólo deberíamos aceptar personajes con más experiencia que la nuestra, más oficio político, más compromiso con la justicia, más seriedad, más sensibilidad, menos frivolidad política, menos ambición de poder y más espíritu de servicio.