14 enero, 2025
ROTATIVO DIGITAL

Los mareos del poder…

Quizás a usted, amable lector, le haya inquietado, en más de una vez, la transformación que suele operarse en determinados individuos, al sentirse investidos por la autoridad que les otorga el poder, o bien por el poder que deriva de la autoridad. Y si esto ha sido así, seguramente, le ha parecido decepcionante el observar la metamorfosis sufrida por quienes en alguna vez consideramos nuestros amigos, o por lo menos buenos conocidos, y de pronto gracias a la conquista de muy jugosas posiciones políticas, olvidaron, de raíz, las relaciones de amistad anteriormente cultivadas, y los lazos de afecto que parecían indestructibles ante los hechos y ante las circunstancias de los tiempos.

Mas, ¿Por qué se produce ese cambio tan súbito en quienes, por las razones que se quieran suponer, alcanzaron posiciones ventajosas?, ¿Por qué el poder, la fuerza o la facultad de hacer o deshacer, modifica el carácter y la personalidad de los habilitados con autoridad? ¿Por qué personas, que en determinado tiempo fueron sencillas y modestas, se convirtieron, inexplicablemente, en arrogantes, altivas, pedantescas y autosuficientes? ¿Por qué? Las respuestas a estas preguntas cobran la forma que cada uno de los preocupados quiera o pueda darles; sin embargo, al margen de cualquier tipo de subjetividad, basta decir que tales sujetos adolecen de perturbaciones graves en su psiquismo; sufren alteraciones profundas en su personalidad y desordenes sensibles en su pensamiento.

Se trata, ni más ni menos, de paranoicos cuya constitución psicopática se nutre en el egocentrismo, en el orgullo y en la sobreestimación. Por ello, al salir del anonimato y elevarse desde la nada, no admiten sus equivocaciones, ni sus defectos, ni sus fracasos; esta paranoia en la que caen no pocos encumbrados, los hace aparecer como autoritarios, abusando de la posición que detentan y hasta invadiendo funciones que no les corresponden.

Esto explica el por qué, pese a haber vivido con sumisión y sin destellos de aparente grandeza, al lograr tal o cual puesto o distinción, dan rienda suelta a sus inmerecidos apetitos de éxito y a la instalación de la demencia. Este parecer puede inducirnos a la comprensión de la actitud propia de ciertos policías de pueblo o huarache, que abrigando ambiciones hasta el absurdo, en cuanto se sienten poseedores de una pistola, de hecho se transforman en mariscales de campo, si no es que en generales de tres estrellas. Y lo mismo que acontece con los dizques guardianes que tomo como ejemplo, ocurre con no pocos empleados menores que, en igualdad de padecimiento psicológico, se adornan con funciones del más alto ejecutivo de la dependencia a la que presuntamente sirven.

Como se advierte, estos individuos experimentan o sufren un permanente sentimiento de falta de plenitud que necesitan compensar de alguna manera, habida cuenta que se encuentran casi al borde de la neurosis (trastorno funcional del sistema para cuya explicación no se encuentra lesión alguna). Y lo son tanto más, cuanto que ignoran, supinamente, que la ostentación no es otra cosa que el efecto inmediato de la impotencia y que, como lo asienta el filósofo francés Nicolás Malebranche, en su obra ¿Qué es el hombre?, el orgullo, la ignorancia y la ceguera van siempre juntos, amén de que, vale la pena agregar, el orgullo es la opinión que equivocadamente se tiene de sí mismo.

Afortunadamente, tan devaluadas imágenes no se presentan en funcionarios bien nacidos o en personas equilibradas; esto es, en personalidades que se desempeñan con grandeza de espíritu, sin arrogancia, sin altanerías, sin megalomanía propia de la adolescencia, sin vanidad y sin la expresión del desprecio hacia sus subordinados o simples compañeros de trabajo. Estas son las personas a las que no marea el poder ni la autoridad que, por ministerio de ley, o por voluntad del de más arriba, deben ejercer.

Estos elementos saben, perfecta y claramente que el poder es temporal y transitorio y que, por lo tanto, debe conservarse la sensatez y la seriedad, desplazándose con la plena conciencia de que no hay nada mejor que tener la necesaria sensibilidad para cada época y para cada momento. Esta clase de varones sabe comprender que si bien la autoridad equivale a poder y a potestad susceptible de imponerse, sabe, análogamente, que la fuerza debe aplicarse de manera racional y no con la común arbitrariedad de quienes se sienten avalados por el imperio de una función pública.

Estas consideraciones permiten, cuando se pasa revista a los hombres del gobierno, el darnos cuenta de las excelencias o de las mediocridades que exhiben a través de sus acciones. De ahí que sea curioso observar cómo todos los funcionarios que en verdad valen, son de maneras cordiales y sencillas, pues la grandeza y la modestia se presentan tan unidas, como unidos han estado, siempre el pensamiento y la palabra, y el relámpago y el trueno.

Lástima que la magnitud de los hombres sencillos y humildes sea tan escasa, tan rara, y tan insólita, que hoy, como en los años del brillante poeta latino Publio Ovidio, también podríamos decir: simplicidad, cosa rarísima en nuestro tiempo. Y sólo para apostillar el contenido de este análisis, traigo a colación el comentario de una conocida persona en relación a ciertos nombramientos en el gobierno. Decía casi lastimeramente, desde que mi amigo fue nombrado en un alto puesto, ya no me visita, y cuando lo busco en su casa para saludarlo y a la vez felicitarlo, no sé si se niega a recibirme, o en verdad no se encuentra; pero como quiera que esto sea, lo verdadero es que su amistad para mi cambió por completo.

Más lo que no sabe el decepcionado confesante, es que la amistad del nuevo y flamante servidor público no era auténtica, puesto que los afectos sinceros no se eclipsan con los aires del triunfo ni se empañan con el paso del tiempo. Por otra parte, cuando la gente de nuestro pueblo al señalar a alguien con la puntillosa frase ya se le subió, diríase más bien que al tipo de marras, desde tiempo atrás ya se le había subido, y lo único que le faltaba era la oportunidad de demostrarlo.