Frente a la mole ennegrecida del cerro Blanco (CB), que puedo ver íntegra desde una ventana de la casa, me prometí a mí mismo escribir un texto para ofrecer mi punto de vista sobre esta tragedia ambiental que se repite año con año, sin visos de que en próximos años pueda interrumpirse, lo que ya parece haberse convertido en una tradición local más: ¡vengan a presenciar el incendio del año en la primavera de Pátzcuaro!, podría rezar el slogan turístico.
Los días pasaban y yo no me podía dar el tiempo de escribir el texto auto prometido sobre el CB. Tiene que ser antes de que se vuelva a reverdecer, me presiono ante la inminencia de las lluvias. Es que la naturaleza es tan noble que parece ayudar a las malas conciencias a olvidar pronto sus acciones contra natura, alterando la escena del crimen: de negro carbón a verde esperanzador: hay que comenzar de nuevo, parece dictar sin rencor la madre Naturaleza.Conozco los cerros Blanco y Colorado desde 1977. Los recorrí de arriba a abajo y a todo lo largo con la familia; muchas veces también por cuestiones de trabajo. Escuché decir de personas mayores de ese tiempo: esos cerros “los vistió” don Lázaro Cárdenas, estaban pelones. Por la amistad con la señora Carolina Escudero de Múgica tuve oportunidad de escuchar anécdotas como la siguiente: cuando el General Cárdenas vivía en la quinta Eréndira, su casa, donde ahora está el CREFAL, al anunciarle que tenía alguna visita, si ésta no era muy de su agrado, don Lázaro al saludarlo le decía: casualmente estábamos por salir al cerro a plantar unos arbolitos; de esa manera si el visitante no era muy afecto al trabajo físico, abreviaba la visita y se despedía lo más pronto posible, que era lo que en realidad quería el General.
Las manchas arboladas de la parte baja del cerro Blanco corresponden a esa época: de cedros frente a la colonia de Los Nogales; desconozco de cuándo es la mancha de pinos que se encuentra atrás de la unidad habitacional Fovissste de Pátzcuaro. Esas dos áreas reforestadas dan testimonio de que el CB se puede reforestar íntegramente. Sin embargo, de la mitad hacia arriba el cerro Blanco se mantiene inalterable desde que lo conozco: deforestado, pues los intentos sucesivos de reforestarlo se ven frustrados por los incendios anuales que nunca fallan. Tengo la fundada impresión de que la mayoría de esos incendios son intencionales: por un lado, de parte de niños y jóvenes que lo hacen por ignorancia o por maldad, sin dimensionar la gravedad de su acción (fui testigo personal en una ocasión); o por la llamada práctica de quemas agrícolas, que en este caso sólo pueden ser para provocar que brote el pasto como alimento para animales de pastoreo.
No me consta ahora, porque dejé de vivir en ese rumbo, pero al menos en los ochentas me tocó ver que cada mañana cruzaba por la avenida Lázaro Cárdenas una manada de 30 ó 40 borregos que desde la calle de Abarca eran conducidos hacia el cerro Blanco a pastar durante todo el día; su regreso a corrales era pardeando la tarde. Entre pastoreos e incendios intencionados ha sido imposible ver cambios en casi cuatro décadas de observar las áreas deforestadas del cerro Blanco, un recurso natural que tendría que ser declarado y reconocido por los patzcuarenses un emblema natural de su ciudad que se ama, se cuida y protege.
Después del incendio del 29 de abril, ¿con qué cara las autoridades pueden convocar a la gente a reforestar el cerro Blanco?; con toda razón niños y jóvenes pueden invocar lo innecesario de reforestar hoy y mañana, si el día menos pensado todo el trabajo se vuelve a convertir en cenizas, final de una historia de nunca acabar.
¿Cómo poner fin a esa historia de nunca acabar, con final tan predecible?
La autoridad con sólo palabras no va a cambiar la realidad; la sociedad necesita hechos; un hecho creíble sería dándole un estatus legal al cerro Blanco, que garantice por un lado detener las ambiciones de privatización de su belleza escénica, que cada día ganan en altura; y por otro, que garantice la participación ciudadana para detonar un cambio de mentalidad de los ciudadanos: de indiferentes, apáticos, indolentes, a participativos, responsables, activos, etcétera, dispuestos a reconocer y defender el valor de un recurso natural que es y puede ser una fuente de servicios ambientales, sociales y deportivos, invaluables: pulmón verde, espacio de recreación diversa: paseos familiares, actividades de atletismo, de ciclismo de montaña, paseos a caballo, etcétera.
Estoy hablando de una declaratoria de Área Natural Protegida (ANP) del Cerro Blanco; también de un Patronato ciudadano del ANP, que garantice la reforestación del área en un sentido amplio: no sólo referida al acto de plantar arbolitos, sino de cuidar el proceso vegetativo hasta lograr la efectiva reforestación. Pongamos ejemplos: las áreas de cedros y de pinos, del cerro Blanco, antes mencionadas, son una efectiva reforestación.
Hay que entender, entonces, que plantar arbolitos no es la reforestación misma, sino el inicio de un proceso que termina hasta que se alcanza el objetivo de cambiar el estatus de un terreno sin árboles a otro con árboles, que hay que seguir cuidando para que rinda servicios ambientales.
Esas dos instituciones, más un intenso trabajo de educación ambiental en las escuelas y en las instituciones agrarias del municipio, destinadas a hacer saber que se acabó la impunidad: en adelante se aplicará la ley sin contemplaciones a los incendiarios del cerro Blanco, de los Estribos y demás recursos forestales del municipio.