20 abril, 2025
ROTATIVO DIGITAL

Llegué, ya estuve aquí y ya me voy (Raúl Ortiz Fabela)

(Libro por imprimir de Raúl Ortiz Fabela, escritor tacambarense, el cual es dado a conocer por Rotativodigital.com.mx    en capítulos para el público)

DEDICATORIA:

Con humildad dedico esta sencilla obra a ti lector que al tenerla en tus manos me das la esperanza de que puedas leerme, caso que si antes fuera extraño en hábito de la lectura, hoy quien tiene esa costumbre puede parecerse fuera de serie, pues los medios de comunicación han adormilado la letra impresa, de igual manera hago extensiva esta dedicatoria a mis padres, que con ignorancia y serias limitaciones cumplieron como los grandes al formar una familia de trabajo, honradez y sencillez; a mi amada esposa de las mujeres sufridas, abnegadas y de trabajo, de lucha homogénea por sacar adelante la numerosa prole, pues gracias a su empeño, disfruto de maravillosos hijos, nietos y bisnietos, quienes hasta la fecha sostienen hermosa relación de hermandad, que estoy seguro se sustentará hasta el final, Saúl, Santos, Israel, Leticia, Esthela, Rebeca, Yazmín, René, Nancy y Aleida, que en ese orden, llegaron a mi vida estos mis queridos hijos que ahora comprendo, el éxito de ellos en la vida no depende de lo que yo pude haber hecho por ellos y sí, de lo que les enseñé hagan por sí mismos, seguro es que no les adiestre a usar el cartabón en su favor

No puedo dejar fuera de mención, los hijos que cuando más me necesitaron no estuve con ellos, pero por su nobleza, ahora ya hombres, a su manera están a mi lado; vaya también esta dedicación a quienes me brindaron el apoyo incondicional en este oficio de las letras, pues gracias a ello, sustenté por casi treinta años aunque con miles de errores, esta que era para mí desconocida afición, que me dio la oportunidad de hacer el ridículo en los medios electrónicos de diversión y de comunicación.

De enorme agradecimiento me son las personas que a mi manera me aceptaron en las cascaritas de básquetbol, proporcionándome al igual que el yoga, no solo momentos inolvidables de alegría, sino también me dio más años a mi vida, y lo mejor, precisamente de calidad.

En este aspecto dirijo mi atención a esta tierra de mis amores, que aunque radiqué fuera de ella, siempre la llevé en mi corazón, y como no si en las calles de Tacámbaro, en mi niñez dejé las rodillas con el juego de canicas, la sangre en las no pocas veces que descalabraba mis dedos en el empedrado, las regué con mis lágrimas, y no solo de niño, porque no es delito confesarlo que hasta como hombre lloré, así como en antaño nacían en mi mente esperanzas, proyectos e ilusiones, hoy como octogenario, las estoy viendo morir, a todos hayan sido o no compañeros de escuela, quienes buscando sacudirse los achaques con gran esfuerzo, nos reunimos en la plaza principal, buscando un rato de esparcimiento que se logran en conjunto peinando recuerdos.

La calle del pasajero y la orgullosa e indomable para mí, calle de la palanca que nunca la pude vencer ni de niño con mi “pata” de fierro y ni siquiera ahora con tres patas, al contrario, cada vez más me es una barrera casi infranqueable por lo empinada, fueron para mi vida las más habitadas que por lógica, me son de más gratos recuerdos, pero todo Tacámbaro me merece esta mi más rendida dedicatoria.

ATENTAMENTE: El autor Raúl Ortiz Fabela

Tuve la fortuna de haber nacido en este lindo estado de Michoacán, en Ario de Rosales y haberme criado en Tacámbaro. Hoy, que las nieves del tiempo han plateado mi pelo, se ha acabado el fuego de mis ojos y la poca luz que poseen la encamino hacia el fin, más al convertirme en un anacoreta lejos de todas noticias y espectáculos, Y por consecuencia en un ignorante, pues hace días tratando de encontrar el manejo de uno de tantos modernos aparatos, me dijo un nieto: huy papá esta tecnología moderna, no es entendible a abuelitos. Se perdió en el viejo la etiqueta de patriarca, mi mente se pasa peinando recuerdos por lo que llegué a pensar que más me valdría escribirlos, pero para esto tuve que recurrir a mis secretarias (sin sueldo) a mi nieta Libni y mi hija Esthela, su apoyo, lo que yo mismo esperaba nunca se me negarían. Y aquí estoy narrando mi historia, que no tiene nada extraordinaria, sin duda otra más del montón, pero le invito a que la lea, recuerde que las nubes más negras, sueltan gotas de agua transparente.

La idea principal es llevar esta historia a un libro, lo que puede ser difícil, no así, en entregas quincenales publicarla en este periódico Tacamba, en el cual ya se aproxima a 30 años de estar escribiendo mis diarreas mentales. Tengo este espacio, gracias a mi inolvidable director señor Sergio Trigo González, apoyo que encontré con él, se sigue sustentando con Samuel Trigo, su hijo y también con el Ingeniero Domingo S. Rodríguez, en fin, todos los directivos de este para mí, querido rotativo.

Mis progenitores fueron, el señor Domingo Ortiz Flores y María Santos Fabela Reyes originarios de este municipio de Tacámbaro, pero también en investigaciones, me ubican, que muy jóvenes ellos radicaron en Los Copales y en Tepenahua, comunidades que se encuentran al sur de Ario de Rosales, y que fue ahí, donde perdieron por enfermedad a sus primeros herederos, entre lo que se sabe, llevaban por nombre: Leodegario y Raquel. Ya radicados en Ario de Rosales, nací yo, diciendo tal vez ya basta a la muerte, y la bloqueé, y así aquí estamos hasta la fecha cinco hermanos: el que esto escribe, Abisag, Leodegario, Aidé y Domingo, los dos últimos vieron su primera luz en Tacámbaro mientras que los tres primeros la habíamos hecho en Ario, de donde salimos buscando alejarnos del peligro que representaba el Paricutín, aparte de dormir a campo traviesa por miedo a un derrumbe, comíamos mucha ceniza volcánica, y llegamos al hospitalario pueblo de Tacámbaro.

Yo que soy el mayor poco recuerdo de mis días pasados en el pueblo donde nací, uno de ellos, por cierto triste, es que, al despertar en una humilde cama, en un petate llorando en un grande cuarto de pocos muebles, al centro en el piso, estaba una vela a medio consumir en un candelero, y grandes ratas que la curioseaban hasta donde sentían él peligro, alejándose, lo que me movía a llorar más fuerte. En relación a ese hecho creo que se dio que mis padres al irse al cine decidieron dejarme en casa.

Vagos son mis recuerdos que vivíamos en la calle de Arista, en una gran casa con corredores y patio, ahí dejé de gatear para con inciertos pasos correr con mis primeros juegos; a la vuelta de la esquina, existía un famoso mesón donde también había una tienda y mi madre me mandaba a comprar, cuando había inconformidad, me preguntaba: “¿Dónde lo compraste?”, yo le contestaba: “En case don mensón” y por algún tiempo, ese fue mi nombre. Mis padres hacían salidas frecuentes de hasta ocho días, principalmente al D.F. y a Xochimilco, para ello, ocupaban uno de sus peones a que vigilara la casa y me cuidara, algunas veces este hombre, como estaba solo, se buscaba alguna pareja y a mí me mandaba a la calle, durmiéndome en las banquetas, esto como se entenderá, no lo recuerdo yo, pero lo supe tiempo después, al igual que era apenas un bebé cuando me llevaron a la presencia de mi madre que se encontraba en cama debido al parto de mi hermana Abisaag, extrañándole cómo me desplomé en el piso para no moverme, ella se desesperó encontrarle explicación a esta situación, asegurando que había sido causa que mi tía Luz Martínez me había dejado caer, con sus acostumbrados afectos de cariño.

Por motivos ya señalados, dejamos ese lugar donde fue famosa la botica de don Joaquín Branbila. Llegando a Tacámbaro a la casa marcada con el número 36 de la calle Codallos, ahora Hidalgo Sur, que perteneció a mi tío Lorenzo Martínez. Al entrar, era el taller de herrería, seguido de la cocina, el patio donde se ubicaba una pileta y un lavadero debajo de un guayabo, un excusado y al final el dormitorio. Total vivíamos como familia entre tizne y fierros, alguna vez mi hermano Leodegario, disparó accidentalmente un rifle conocido como tercerola, creando además de que con el ruido se provocara una humareda y llenos de pánico creímos había sucedido lo peor.

Tacámbaro me abría sus maravillosos naturales brazos, pueblito pequeño circulado por huertas de ricas frutas, calles mal empedradas, hasta con enormes zanjas, pocas banquetas con losetas, algunas puertas eran tan altas, que permitían el acceso a las casa, montando en bestias, siempre, eso sí, estaban abiertas, y por la tarde era casi obligado que las vecinas se sentaran en pequeñas sillas a tejer, y a contarse sus historias y hasta cuentos, lo que aprovechábamos algunos chiquillos para escucharlos y sentarnos donde más cerca y cómodos pudiéramos, esas puertas abiertas permitían desde la calle, disfrutar de hermosos jardines y el canto de las aves enjauladas. (Primera Parte).