Lic. Alfredo Castañeda Flores Analista
23 ABRIL 2021.-En 1519, el conquistador español Hernán Cortés zarpó de Cuba y arribó a la costa mexicana. Declaró, sin más ni más, qué México sería una colonia española cuyo gobernador sería él mismo. Después ordenó quemar las naves, negándose de esta manera a sí mismo y a todas sus tropas la posibilidad de regresar.
Desde un punto de vista económico, la decisión de Cortés carece de lógica. ¿Por qué descartar desde un principio la posibilidad de regresar? ¿Por qué renunciar a las alternativas? Si uno de los principios fundamentales y más importantes de la economía es: cuantas más opciones disponibles, mejor. ¿Por qué, entonces, se privó Cortés de su libertad de elegir?
Dos o tres veces al año, en las ineludibles cenas empresariales, señalan del encuentro con el CEO de un gran consorcio internacional. Llevan años notando, los asistentes, que nunca se come su postre, lo que hasta hace poco parecía ilógico, algo que va en contra de su placer. ¿Por qué desistir de la opción dulce, solo por principio? ¿Por qué no decidir según el caso? ¿Por qué la decisión no puede depender del peso corporal, del tamaño del plato principal o de la fuerza seductora del postre? La decisión de renunciar solo por principio al postre parecerá menos dramática que cerrarse a la posibilidad de regresar al país del origen, pero las dos, a primera vista, parecen innecesarias.
Uno de los pensadores más importantes de la gestión empresarial es Clayton Christensen, profesor de la Universidad de Harvard, quien adquirió fama mundial con su best seller El dilema de los innovadores. Este mormón convencido basa su vida en votos, un término anticuado para designar una promesa que no debe romperse. En caso de que pienses que los votos están ya muy pasados de moda, puedes llamarlo compromiso total. Personalmente, me inclino por el término antiguo, puesto que el concepto compromiso se usa de manera exagerada e hipócrita. (Estamos comprometidos con mejorar el estado del mundo) y porque solo una persona puede hacer votos, no una organización.
Cuando era joven, Clayton Christensen observó que muchos gerentes sacrificaban la primera parte de su vida para echar a andar su carrera, ya que su plan para la segunda mitad –cuando ya eran económicamente independientes–, consistía en dedicarse por completo a su familia. Desgraciadamente, mientras esto sucedía, muchos matrimonios habían fracasado y los hijos habían abandonado el nido. Por esa razón, Christensen decidió hacer un voto y prometerle a Dios que nunca trabajaría los fines de semana y que entre semana llegaría siempre a cenar con su familia. Como consecuencia, algunos días se iba a trabajar a las tres de la mañana.
La primera vez que escuché esta historia el comportamiento de Christensen me pareció irracional, terco y antieconómico. ¿Por qué habría que ser tan poco flexible? ¿Por qué no decidir dependiendo del caso? A veces será necesario trabajar en fin de semana, pero esto se podrá compensar con un lunes o martes libre, pues la flexibilidad es un acto funcional, particularmente en estos tiempos, en los que todo se encuentra en movimiento constante.
Hoy lo veo de otra manera. La flexibilidad en el caso de temas importantes no es una ventaja sino una trampa. Lo que tienen en común Cortés, el CEO enemigo del postre y Christensen es que su inflexibilidad radical les ayuda a alcanzar metas a largo plazo que no conseguirían si actuaran de manera más flexible. ¿Por qué? Por dos razones. La primera, quien tiene que tomar una decisión para cada circunstancia nueva perderá parte de su fuerza de voluntad. El término científico para este fenómeno es fatiga de decisión. Un cerebro cansado de tomar decisiones elegirá la opción más cómoda, que no pocas veces será la peor. Es por eso que los votos tienen tanto sentido. Una vez que hayas hecho un voto no será necesario ponderar las ventajas y las desventajas de cada opción. Tu decisión está tomada desde antes y no gastarás energía mental.
La segunda razón por la cual la inflexibilidad es muy valiosa está relacionada con la reputación. Siendo intransigente en ciertos temas, tú señalas donde estás parado y con cuáles asuntos simplemente no negocias. Parecerás soberano y, hasta cierto grado, te volverás intocable. La intimidación recíproca durante la Guerra Fría también se basaba en este efecto. Tanto los EU como la URSS eran conscientes de que su respectivo enemigo respondería de inmediato a un primer ataque nuclear. No había nada que reflexionar ni ninguna situación que sopesar. La decisión en favor o en contra del botón rojo estaba tomada de antemano. Ser el primero en apretarlo simplemente no era una opción.
Lo que vale para los países también vale para ti. Si decides vivir de acuerdo con tus votos –sin importar de qué tratan–, con el tiempo te dejarán en paz. El legendario inversionista Warren Buffett, por ejemplo, renunció a la opción de renegociar por principio. Quien tenga la intención de vender su empresa a Buffett tiene exactamente una oportunidad. Los interesados pueden presentar una sola propuesta. Buffett o la compra por el precio sugerido o rechaza la oferta. Si se le hizo demasiado cara la compañía, uno puede ahorrarse el intento de ofrecerle un precio más bajo. Un no es y seguirá siendo un no, todos sus conocidos lo saben. De este modo, Buffett se ganó la fama de ser inflexible, asegurándose al mismo tiempo que, desde el principio, se le presenten las mejores propuestas y no tener que perder el tiempo en nimiedades.
Compromisos, votos, principios incondicionales. Todo eso suena muy fácil, pero no lo es. Supongamos, amable lector, que estás manejando un camión con una carga de dinamita en una carretera recta de un solo carril. En este único carril se acerca otro camión en sentido contrario, igualmente cargado de dinamita. ¿Quién será el primero en hacerse a un lado? Ganarás si logras convencer al otro conductor de que has hecho un compromiso mayor de no hacerte a un lado nunca, lo que implica que te va a ceder el paso (si su comportamiento es racional). Si le puedes comprobar, por ejemplo, que bloqueaste tu volante con un candado y que arrojaste la llave por la ventana, manifiestas un compromiso extremadamente grande. Para poder desarrollar el mismo efecto de determinación, tus votos deben ser igualmente fuertes, creíbles y radicales.
Conclusión: despídete del culto a la flexibilidad. La flexibilidad te hará infeliz, te cansará y te desviará imperceptiblemente de tus objetivos. Encadénate a tus votos. Se intransigente. Es más fácil cumplir tus votos al 100% que a un mero 99%. Sé que esto en el entorno en el que vivimos, resulta criticable, porque la mayoría es amante de lo contrario, pensando que son los que están en lo correcto, pero tú has lo que te toca y olvídate del sentir erróneo de los demás. ¡Hazlo!