Hoy, quiero aprovechar el espacio para hablar de una mujer madura, que en su juventud fue hermosa y agradable, de tez blanca, cabello ondulado, castaño, figura esbelta, y rasgos finos.
Ella es Ana María, nació en un poblado cercano a esta cabecera municipal; es la quinta de una familia extensa de once hermanos, su madre, una mujer de campo, pero buena pal petate (Xóchitl Gálvez dixit), jamás retuvo a un solo hombre a su lado por un buen tiempo, y por consiguiente, jamás se casó, es una mujer nada envidiosa, todos los hijos tienen a su propio padre, aunque solo algunos fueron reconocidos.Ana María fue creciendo observando esos ejemplos que le daba su madre, fue a la escuela, pero con trabajos terminó la primaria, ella relata que, siendo una niña, uno de esos tantos padrastros que conoció, algunos de una sola ocasión, trató de abusarla, afortunadamente sin lograrlo, porque a sus gritos acudió un tío que vivía al lado de su casa y la rescató; sin embargo, quedó marcada por el suceso.
Conforme creció fue grabando en su mente lo que su madre hacía repetidamente, al grado de que siendo una adolescente, le preguntó: ¿Por qué era de esa manera su vida? Recibiendo como respuesta que los hombres no razonan cuando una mujer, sin importar como sea su físico, se fija en ellos, les gana la calentura sexual y son presa fácil de dominación.
Con esta idea, fue creciendo, a los 17 años conoció a un joven más o menos de su edad, trabajaba en una empresa refresquera, y dos veces por semana se aparecía por el pueblo para surtir a las pequeñas tiendas, casas y cantinas del lugar, se fueron tratando, se hicieron novios, al poco tiempo se casaron. Él era de otro Estado, lugar a donde se la llevó, procrearon un hijo, pero cuando este niño contaba con 5 años de edad, su papá, por el riesgo que su trabajo representaba, sufrió un accidente carretero y falleció. La empresa que lo tenía asegurado, le pagó los gastos del funeral, además, caso sui generis, hasta la fecha le sigue pasando a la viuda una pensión mensual.
Como vivían con su suegra, ésta realmente la apreciaba y le permitió siguiera viviendo con ella, pero al año de fallecido su esposo, dio a luz a una niña, la suegra, que de verdad la quería, le permitió que la registrara como hija legitima de su extinto marido, hasta ese grado, le demostró su cariño. Sin embargo, siguió con su vida disipada, hasta el grado de que las cuñadas, la corrieron de la casa, porque era tanto el cinismo que los “novios” la iban a buscar hasta las puertas de su hogar, sin importarles quien los recibiera.
Ana María con sus dos hijos, se regresó a su pueblo, tenía su pensión mensual para sobrevivir (jamás se la quitaron) y además comenzó a realizar tandas, rifas y actividades que no representaban mayor esfuerzo, para ayudarse económicamente, sin embargo, ningún dinero le alcanzaba, porque a los pocos años resultó nuevamente embarazada, desde que se enteró decía que no quería al producto, y como en esos tiempos el aborto era un pecado (había más ignorancia en el país), no lo provocó, pero al dar a luz, una persona cercana a ella, le pidió regalada a la niña, y sin más accedió, llevándosela a otro estado, sin decirle donde. Salió del hospital, siguió su vida de desenfreno sexual, meses después, resultó nuevamente embarazada, pero como sus familiares se molestaron demasiado con ella por haber regalado al producto anterior, no tuvo más remedio que quedarse con ella (sí, fue otra vez niña, con esta, ya iban 4 alumbramientos).
A los 11 años de haber fallecido su marido, dio a luz un par de gemelos (niño y niña), lo cual no tiene nada de raro, viviendo como lo hacía, lo que sí es extraño, es que los registró como hijos del difunto. (Recordarás amable lector, que comenté que se casaron en otra Entidad federativa), pero aun así, debería regularse jurídicamente esto, porque no creo que sea el único caso, en el que haya hijos legítimos de padre o madre fallecido muchos años antes de su nacimiento y/o procreación y por el hecho de aportar el acta de matrimonio, el Registro Civil, institución de buena fe, así lo acredite.
En fin, esa sería una excelente iniciativa de reforma para los legisladores. Retomando la historia que me ocupa, Ana María, en la actualidad, es una mujer madura de 55 años, sigue provocando bajas pasiones en los hombres y cada vez son menores que ella, platicando hace unos días de su manera de ser, comentó lo que su madre alguna vez, siendo una adolescente, le dijo, “a los hombres, los hago como yo quiero y por el tiempo que quiero, cuando me cansa alguno y ya tengo otro candidato, para que se alejen de mí, les bajo la autoestima hasta el suelo y se van”. Aunque comenta que más de uno, le han dado sus buenos moquetes y es razonable.
Al preguntarle cuál es la causa, razón, motivo o circunstancia de su forma tan peculiar de ser, indica que no es por lo que vivió con su madre, sino que la muerte de su marido, el único hombre al que amó, fue la que la marcó. Y por eso se ha dedicado a buscar en tantos hombres al símil de su extinto esposo. Sinceramente, no le creo, porque platicando con su hija, la menor (19 años), me citó que su madre siempre les ha dicho que jamás ha amado a nadie, y cuando le mencionan a su marido, les ha dicho que tampoco, que si no se hubiera muerto, lo habría dejado.
Esta historia es real, y no es la única que es así, éstas se dan por las consecuencias de una vida en una familia disfuncional, de esas que hay tantas en el país. Y como dicen estas mujeres, mientras haya hombres que piensen con los genitales y no con la cabeza, seguirán existiendo; mujeres que no se tientan el corazón para destruir vidas y muchos hogares, con la finalidad de que sean tratadas como reinas a cambio de caricias y palabras falsas.