Los informes gubernamentales tienen su origen deontológico en la transparencia y rendición de cuentas, sin embargo, su fin práctico ha sido más el boato y el culto a la personalidad del informante.
El acto republicano de informar al pueblo, lo hecho y los resultados obtenidos en el año transcurrido, es una falacia, ya que en la realidad son actos a modo para el lucimiento del gobernante en turno, en el que los informados son la clase política y no el pueblo, destinario original del informe; pequeña excepción son algunos informes de presidentes municipales, en los que suele haber discursos muy críticos.El contenido del mensaje del informante suele estar lleno de cifras alegres, lugares comunes, frases rimbombantes, más propias de la demagogia y el discurso ramplón, y lo peor, sin la mínima autocrítica. El detalle con las cifras y la infinidad de posibles estadísticas a disposición de un gobierno, es que permite jugar con ellas y adaptarlas a la realidad que se quiere ofrecer, sin mentir propiamente.
El informe legal, o sea la presentación formal del documento con sus anexos al Poder Legislativo, es una obligación que no se debe de perder y que al contrario se debe de fortalecer el análisis real y la fiscalización con consecuencias, para hacer de este ejercicio un verdadero instrumento de rendición de cuentas. La crítica es hacia la presentación en sociedad de dicho documento, y el respectivo lucimiento del padre de la quinceañera.
Si bien es cierto que a nivel Presidencia de la Republica desapareció el informe ante el Congreso de la Unión como lo conocimos hasta el 2005, este evolucionó a un mensaje, en otro escenario, que mantenía el boato que criticamos, hasta 2015, por lo que es de aplaudir el nuevo estilo que se utilizó para el IV informe presidencial, Town Hall, lastima del momento en que se decidió innovar y de la poca claridad con que se eligieron a los 300 afortunados para ser parte de ese novedoso ejercicio.
Después de esta novedad y a causa de las críticas a la misma, más originadas por el “mal humor social” que por el acto en sí, es que nadie lo ha copiado aún; los informes posteriores al presidencial, como el de nuestro Gobernador Silvano Aureoles, entre otros, mantienen el estilo tradicional.
Creo seriamente que debemos dejar estos actos de optimismo y vanagloria personal en el pasado, y evolucionar a una nueva forma de informar al pueblo sobre lo hecho, en el que de alguna manera práctica el pueblo pueda demostrar la satisfacción con lo realizado o la insatisfacción con lo no hecho o mal hecho. Ojalá se pusiera en el debate nacional y estatal la evolución de la forma o formas de rendir cuentas.
Sumémosle a las críticas anteriores los gastos que se realizan para dar estos mensajes (y sus réplicas), lo que me lleva temerariamente a afirmar que estos actos, de buen origen, no generan, hoy día, beneficio alguno al gobernado; me gustaría se me callara con un análisis puntual sobre el costo-beneficio de este tipo de eventos.
En fin, bienvenido el Town Hall, pero espero surja pronto un nuevo formato de informe gubernamental que cumpla con su propósito real; que haga del mismo una necesidad y no una carga financiera destinada al lucimiento político de las élites…