20 JULIO 2025.-Las siguientes historias fueron escritas por miembros de Alcohólicos Anónimos.
Carlos M.
Hace casi ocho años, me desperté en la cárcel. Ya que no era la primera vez, no me preocupé mucho. Pero me pasmó descubrir que había pasado tres días allí, y no una sola noche como había creído. Entonces, me puse enseguida a tratar de tomar las medidas para ser liberado. Otra sorpresa. En vez de ser puesto en libertad, iba a ser procesado por robo a mano armada. Me encontré sentenciado a 19 años en prisión.
Llegué a la prisión lleno de todos los malos sentimientos que uno se podría imaginar, especialmente el resentimiento contra el mundo y desprecio hacia todos los oficiales de la prisión.
Durante un año entero estuve intratable, deprimido y resuelto a guardar mi rencor.
No obstante, con el paso del tiempo, empecé a fijarme en los “forasteros” que venían a la prisión y parecían efectuar reuniones de algún tipo. Supe que eran miembros de A.A. — alcohólicos que ya no bebían.
Creía personalmente que eran chiflados, pero ví que de vez en cuando había entre ellos una mujer. Así que comencé a asistir a las reuniones, con el único motivo de “contemplar el bello sexo”.
Entretanto, mi mujer se había iniciado en Alcohólicos Anónimos afuera. Logró su sobriedad y me escribió para decirme que estaba muy contenta de que yo también estuviera en el buen camino. Para causarle buena impresión, aprendí de memoria los pasajes enteros de los libros y folletos de A.A. y los incluí en las cartas que le escribía.
Desgraciadamente, ella se dio cuenta de esto prontamente, y me sugirió que dejara de engañarme y que fuera sincero conmigo mismo y con Alcohólicos Anónimos.
Mi primera reacción fue explotar de ira, pero cuando me calmé, decidí meditar seriamente sobre algunos de los paisajes que tenía memorizados.
Poco tiempo después, tuve que admitir que, durante casi toda mi vida, había sido engreído, egocéntrico y egoísta. También tuve que admitir que era alcohólico y que necesitaba ayuda.
Después de admitirlo, hice un verdadero progreso en A.A. Los cuatro años siguientes los pasé felices, aunque estaba en prisión. Tuve un buen expediente, sin acciones disciplinarias, debido a A.A., y trabé más amistades sinceras y genuinas de las que nunca antes había tenido.
Mi mujer siguió apoyándome, y después de cumplir seis años de los 19 de mi sentencia, fui puesto en libertad condicional. Mi primer contacto después de ser liberado fue con un grupo de A.A. del pueblo donde vivía. Me aceptaron como lo que era — un ser humano. El grupo sabía que acababa de ser puesto en libertad, pero los miembros me trataron de igual a igual. Pasado poco tiempo, me eligieron secretario del grupo, y después me escogieron como uno de los oradores principales para la convención estatal de A.A.
Mi esposa y yo fuimos dos de los miembros más felices de Alcohólicos Anónimos del mundo. Si no fuera por A.A. en prisión, y la ayuda sincera y honesta que los grupos de afuera prestaban a nuestro grupo de reclusos, todavía estaría entre rejas. La sociedad raramente reflexiona sobre las consecuencias de enviar una persona a prisión.
Pero doy gracias a Dios por los que creyeron que valía la pena tratar de salvarnos. Doy gracias a Dios por Alcohólicos Anónimos. REDACCION