Los comentarios colectivos crean relaciones humanas distantes y con toques frívolos. Para fugarse de esta atmósfera de fastidio, hay un remanso de tranquilidad: revalorar la cercanía con los demás.
No me queda ninguna duda en el instante en que leas estas líneas, amable lector, estarás absolutamente hastiado de la monotonía de la conversación, de los gritos e intercambios de verdades de verdades absolutas y de las intenciones, algunas veladas, casi todas manifiestas de manipulaciones a gran escala para que te convenzas de que estás completamente equivocado al no coincidir con el otro. Por supuesto, esto será así a menos de que haya ocurrido algo extraordinario que cambie por un instante, el curso de la conversación, como el inicio del torneo de futbol local, las contrataciones de las grandes figuras del futbol mundial. Otros temas seguirán siendo velas de pabilo corto que extinguirán el fuego, tan pronto como iluminen otro espacio.
De ahí que, por más que intento escabullirme y escapar de la hoguera colectiva para darle frescura a ésta página, fracaso. La tinta que se derrama transita entre Tabasco y la CDMX, con escala obligada en Los Pinos. ¿En realidad es tan magnético el poder? Gabriela Solís, periodista joven y prometedora, recientemente escribió al respecto un elocuente artículo titulado “Instrucciones para vivir. Paso número uno: desmárcate del poder”: “Cada vez más, compadezco a los espartanos, los maquiavelos y los adoradores de la meritocracia, porque intuyo lo vacío de sus vidas, lo unidimensionales que deben ser. Sólo existe un ángulo: ganar a cualquier costo. Y cumplir ese designio excluye la solidaridad, la vulnerabilidad, el crear conexiones emocionales profundas. Qué agotador excluirse voluntariamente del milagro de conocer al otro”.
Ahí está el eje central del hastío: no hay forma de conectar ni de conocer al otro, cuando de antemano gobierna el inmediato rechazo a lo que piensa. Es una resbaladilla empinada y recién aceitada, el prejuicio se desliza por nuestras arterias y al regresar a la mente tapona nuestros oídos. Vaya laberinto en el que nos hemos introducido. Como Gabriela culmina: “¿Cómo es el poder de la calma? Aún no lo descubro, pero la convicción de que hay una forma distinta de encarar la vida, con tranquilidad, alegría y paciencia, me provoca los más delirantes sueños”.
Mientras no logremos tejer una red interna que nos permita respirar en paz, seguiremos contaminados con el bullicio, exagerado, estruendoso, exterior, ese que insiste en proyectar la peor parte de nosotros mismos.
El tema de fondo es que sí hay escapatoria. Porque detrás del circo de cinco pistas (o de dos, de tres) de bandos electorales, permanece la posibilidad de resolver el hastío con otro tipo de lecturas, un vasito de charanda, de buen mezcal, un tlacoyo de habas, un uchepo, una garnacha, diez respiraciones profundas y una conversación de corazón a corazón que apague los incendios en los que hemos quedado atrapados.
Asomémonos, pues, hacia donde la verdadera transformación ocurre.
Ese lugar es nuestro cuerpo y lo que conlleva, mente, espíritu, conocimiento. Somos nosotros los que debemos de cambiar, no porque el gobierno cambie de inquilino o partido político, se dará la magia de transformar a México en lo que debiera ser, en lo que otros países superiores en avance cultural, social, económico son, no porque solo se cambia de emblema o logotipo, pero la gente que tanto ha dañado a las instituciones, continúa ahí, camuflándose como camaleones, por consiguiente, no van a cambiar, vamos, ni siquiera van a mejorar las políticas y resultados de una administración política, si no lo hacemos los ciudadanos de abajo, esos que somos mayoría, esos que sentimos y resentimos la aplicación de ideas descabelladas, sin sentido, ni rumbo, que, cada seis años, vociferan los candidatos a tener el poder presidencial, esos que queremos crecer, pero que el gobierno con modificaciones sin ton ni son, nos hacen retroceder, en lugar de continuar avanzando, trabajando de forma honesta, sin tener que depender del gobierno, sin embargo, esas políticas erróneas, truncas, fallidas, nos pegan en algún momento a todos.
El mexicano a nivel mundial está catalogado como falto de cultura, preparación, que no está acostumbrado a leer, analizar, reflexionar, que todo lo quiere fácil y sin el menor esfuerzo, y desafortunadamente, aunque muchos lo duden o les duela aceptarlo, es la realidad.
Tenemos hastío de la pobreza, de no tener lo suficiente, lo necesario, de ver y oír lo mismo, frecuentemente, pero no queremos cambiar, no nos preparamos, no innovamos, no emprendemos, no nos arriesgamos, no queremos cortarnos el cordón umbilical de papá gobierno, así, amable lector, no es posible.