LIC. ALFREDO CASTAÑEDA FLORES ANALISTA
2 DE OCTUBRE DEL 2020.- Cuando intentes impresionar a la gente con palabras, ten en cuenta que cuanto más digas tanto más vulnerable serás y tanto menor control de la situación tendrás. Incluso cuando lo que digas sea una banalidad, parecerá una idea original si la planteas en forma vaga, abierta y enigmática. Las personas poderosas impresionan e intimidan por su parquedad. Cuanto más hables, mayor será el riesgo de decir alguna tontería.
En muchos aspectos, el poder es un juego de apariencias, y cuando dices menos de lo necesario parecerás inevitablemente más grande y poderoso de lo que en realidad eres. Tu silencio hará sentir incómodos a los demás. El ser humano es una máquina que de continuo interpreta y explica; necesita saber qué es lo que estás pensando. Si controlas con cuidado lo que revelas, los otros no pueden adivinar tus intenciones ni el significado real de tus manifestaciones.
Tus respuestas breves y tus silencios pondrán a los demás a la defensiva y, nerviosos, tratarán de llenar el silencio con todo tipo de comentarios que revelarán información valiosa sobre sí mismos y sus debilidades. Saldrán de una reunión contigo sintiendo que algo les ha sido robado y se irán ponderando cada palabra que hayas dicho. Ésta atención especial a tus breves comentarios no hará más que incrementar tu poder.
Decir menos de lo necesario no es algo reservado a reyes y estadistas. En la mayor parte de los aspectos de nuestra vida, cuanto menos digas, tanto más profundo y misterioso parecerás. De joven, el artista Andy Warhol comprendió que en general resulta imposible lograr que la gente haga lo que uno quiere con solo hablarle. Se vuelven contra uno, y hacen exactamente lo contrario o desobedecen las indicaciones por el simple gusto de desobedecer. En cierta oportunidad, Warhol le dijo a un amigo: “aprendí que uno tiene más poder cuando se calla la boca”.
Más adelante, Warhol utilizó esta estrategia con gran éxito. Sus entrevistas eran verdaderos ejercicios de discurso oracular: solía decir algo vago y ambiguo y el entrevistador se rompía la cabeza tratando de descubrir el significado de sus palabras, imaginando que había algún profundo significado oculto tras sus frases carentes de significado. Warhol raras veces hablaba de su trabajo, sino que dejaba que los demás lo interpretaran. Decía haber aprendido esa técnica del maestro del enigma, Marcel Duchamp, otro artista del siglo XX que se dio cuenta bien pronto de que, cuanto menos decía de su obra, más la gente hablaba de ella. Y cuanto más hablaba la gente de su obra, tanto más valiosa se tornaba ésta.
Al decir menos de lo necesario se genera la apariencia de significado y poder. Además, cuanto menos digas menos riesgo correrás de decir algo tonto, hasta peligroso. En 1825, un nuevo zar, Nicolás I, subió al trono de Rusia. De inmediato estalló una rebelión liderada por los liberales, que exigían la modernización del país, es decir, que sus industrias y sus estructuras civiles se pusieran a la altura de los del resto de Europa, Nicolás I aplastó brutalmente aquella rebelión (la insurrección decembrista) y condenó a muerte a uno de sus líderes, Kondraty Ryleyev. El día de la ejecución, Ryleyev subió a la horca y le pusieron la soga al cuello. Cuando se abrió la trampa, la cuerda se cortó y el hombre cayó al suelo. En aquella época, hechos como éste eran considerados como señales de la Providencia o de la voluntad divina y el hombre que se salvaba de esta forma de una ejecución solía ser indultado. Cuando Ryleyev se puso de pie, sucio y magullado, pero convencido de haber salvado, la vida le gritó a la muchedumbre: ¿Ven? En Rusia no hacen nada bien… ¡Ni siquiera son capaces de fabricar una buena soga!”.
De inmediato un mensajero se dirigió hacia el Palacio de Invierno con las noticias de la fallida ejecución. Furioso por el frustrante desenlace. Nicolás I se dispuso, sin embargo a firmar el perdón. De pronto preguntó: ¿Ryleyev dijo algo después de este milagro? “Señor –le contestó el mensajero–, dijo que en Rusia ni siquiera sabemos fabricar una soga”.
En este caso –replicó el zar—vamos a demostrarle lo contrario. Tras estas palabras, rompió el papel. Al día siguiente Ryleyev fue llevado de nuevo a la horca. Esta vez la cuerda no se cortó.
Aprende la lección: una vez que las palabras han salido de tu boca, no es posible retirarlas. Mantenlas bajo control. Ten especial cuidado con el sarcasmo: la satisfacción momentánea que obtengas con tus cáusticas palabras siempre será menor que el precio que deberás pagar por ellas.
Nunca comiences a mover los labios antes que tus subordinados. Cuanto más tiempo guardes silencio, más pronto sus labios los demás moverán. Y a medida que ellos muevan los labios, podrás entender sus verdaderas intenciones… Si el soberano no se muestra misterioso, los ministros encontrarán la oportunidad para exigir y exigir.
Hay momentos en los que no es inteligente guardar silencio. El silencio puede despertar sospechas e incluso inseguridad, sobre todo en tus superiores. Un comentario vago o ambiguo puede exponerte a interpretaciones que no esperas ni deseas. El silencio y el decir menos de lo necesario es un arte que debe ejercerse con cautela y en las situaciones adecuadas. A veces es más inteligente imitar al bufón de la corte, que se hace el tonto pero sabe que es más inteligente que el rey. Habla, habla y entretiene, y nadie sospecha que es mucho más que un simple tonto.
A veces las palabras también pueden actuar como una especie de cortina de humo, útil para engañar a los adversarios. Al llenar con palabras los oídos del interlocutor, puede distraerte e hipnotizarte. Cuanto más hables, menos sospechoso resultarás. Las personas verborrágicas no suelen ser consideradas falsas o manipuladoras, sino incapaces y poco sofisticadas. Éste es el reverso de la política del silencio empleada por los poderosos: hablando más y mostrándose más débil y menos inteligente que su víctima, podrá engañarla con suma facilidad. ¡Ponte atento!