Aunque las raíces son las que sostienen al árbol, y mientras más profundas más fuertes se hacen para poder hacer frente a las tempestades y permitir que el árbol se mantenga en pie, en el cooperativismo y de acuerdo a los vientos de cambio, a la evolución normal de la humanidad es preferible dejar una huella positiva y no echar raíces que después impiden el desarrollo de los árboles más pequeños.
Si observamos los grandes árboles, sus enormes raíces son tan gruesas y numerosas que no hay otros árboles chicos a su lado…Los grandes se comen a los pequeños. En cambio, las huellas son caminos que dejamos para que otros los sigan; son modelos de vida para que las nuevas generaciones vean en las cooperativas un futuro brillante y un estilo de vida diferente al que los medios masivos de comunicación manipuladores quieren imponer a toda costa.
Hay muchos compañeros cooperativistas que han sido un baluarte fundamental en el funcionamiento de las cooperativas y lo han hecho de buena voluntad y sin malas intenciones, pero también hay otros que, como esos árboles viejos, han echado raíces tan largas y tan profundas que es muy difícil arrancarlos y no permiten que sangre nueva ocupe su espacio.
Por eso en este mes de asambleas y de cuaresma los invito a tomar conciencia a los viejos cooperativistas que ya han ocupado cargos por tanto tiempo, y si ya termina su función, que le den la oportunidad a gente nueva, a personas con nuevas ideas; con una visión diferente de la realidad y dispuestos a trabajar duro por el cooperativismo.
Dejemos que surjan árboles nuevos que le den vida a las cooperativas y así los árboles viejos pasarán a la historia como árboles de bien y no como un estorbo para el progreso.