El mundo recordó el 26 de abril el 30 aniversario del mayor desastre nuclear en la historia de esta industria para fines pacíficos, el de Chernobyl, ocurrido en esa fecha del año 1986. ¿Alguien recuerda en Michoacán el intento de instalar a orillas del lago de Pátzcuaro un centro de investigación de reactores nucleares, allá por los años 1980-81?
El intento lo encabezó el Sindicato Único de Trabajadores de la Industria Nuclear, SUTIN. La lucha en contra de ese proyecto la abanderó un organismo civil llamado Codemich, por sus siglas, que quería decir: Comité de Defensa Ecológica de Michoacán. Los opositores a ese proyecto esgrimían argumentos de la peligrosidad de esa sofisticada tecnología, basados en el caso del reciente accidente de la planta nuclear de Three Mile Island, de Pensilvania, Estados Unidos, acaecido el 28 de marzo de 1979, considerado hasta entonces el peor accidente de la historia de la industria nuclear.
Tan grave fue dicho accidente que a partir de él en alguna medida se frenó el desarrollo nuclear en Estados Unidos; o al menos tuvo que ser replanteado en materia de seguridad para combatir los efectos psicológicos en contra por parte de la población de ese país y de otros con industria nuclear para efectos civiles.
De un estudio sobre el accidente de Three Mile Island extraigo, resumidas, algunas de sus causas: “la compañía eléctrica no tenía ni experiencia ni personal ni conocimientos para operar un reactor nuclear; ni el propietario ni el vendedor dieron suficiente atención a la seguridad nuclear; el entrenamiento y formación de los operadores de la central eran insuficientes e inadecuados; la agencia reguladora de la seguridad de la plantas nucleares de Estados Unidos falló en su misión de garantizar un nivel aceptable de seguridad; para ésta, los intereses económicos de las compañías eléctricas pesaban más que las exigencias de seguridad. (http://elpais.com/diario/1980/03/28/internacional/323046002_850215.html).
Recuerdo que cuando se les preguntaba a los promotores del proyecto nuclear de Pátzcuaro, investigadores del SUTIN, qué pasaría en la región lacustre si llegara a ocurrir un accidente en alguno de los reactores de su proyecto de investigación, se las ingeniaban para darle vuelta a la respuesta y terminar por no contestar.
Bueno, de acuerdo, no hay manera de que en sus manos pueda ocurrir un accidente, se les decía. Pero trasladémonos a un improbable accidente; imaginemos un escenario de accidente, no el mayor, sino uno pequeño en el que hubiera liberación de radiactividad a la atmósfera, en una región tan densamente poblada como la lacustre de Pátzcuaro. ¿Qué pasaría con la gente de la zona lacustre? “Habría que desalojarla”, finalmente fue la respuesta. Pero vamos, eso nunca va a ocurrir, decían, porque el SUTIN es un sindicato independiente, democrático, integrado por científicos muy responsables, etcétera.
Por fortuna para Pátzcuaro el proyecto nuclear se desechó luego de medio año de discusiones en todos los foros posibles: en las comunidades lacustres, en los periódicos locales, estatales y nacionales, en las universidades, en las plazas públicas, etcétera. Fue un triunfo de la cuenca del lago de Pátzcuaro y sus habitantes.
Cinco años después, el 26 de abril de 1986, ocurrió el accidente nuclear de Chernobyl, que afectó a la población y los recursos naturales de tres países, Ucrania, Rusia y Bielorusia. El mundo hoy recuerda a la distancia de 30 años el infierno nuclear más impresionante hasta el día de hoy.
Antes de él, en todas las plantas nucleares del mundo, instaladas y en proceso de construcción, se había aprendido del accidente de Pensilvania, reforzando sobre todo las medidas de seguridad. No obstante, Chernobyl demostró que ese aprendizaje no había sido suficiente, pues el nuevo accidente en centrales nucleares se presentó en la peor magnitud hasta entonces conocida.
“La catástrofe del 26 de abril de 1986 destruyó pueblos, familias, seres humanos…” Así inicia el reportaje Anne Marie Mergier, reportera internacional de la revista Proceso no. 2060, titulado: A 30 años de la tragedia los secretos de Chernobyl. Se trata de un amplio, muy completo y conmovedor reportaje, cuyos subtítulos dan cuenta de la dimensión de la catástrofe: En medio del apocalipsis, Línea de tiempo, Más allá de la imaginación, Crimen nuclear, El científico que desafió el sistema, El precio de la verdad…
Es un número de colección de Proceso, recomendable para documentar con Chernobil el miedo nuclear que cualquier ciudadano del mundo debe experimentar con esta tecnología. Aunque es cierto que a pesar de todo, no deja de haber valientes que siguen teniendo fe en esta tecnología. Léase el artículo Chernóbil, miedo nuclear, de Alejandro Ayala, columna invitada del diario La Razón (26/04/2016).