6 marzo, 2025
ROTATIVO DIGITAL

El poder de decir NO…

Lic. Alfredo Castañeda Flores       Analista

4 marzo 2021.-Amable lector, te piden un pequeño favor. ¿Cuántas veces accedes a la petición de manera espontánea? ¿Cuántas veces te niegas? ¿Cuántas te has arrepentido de haber dicho que sí? ¿Y cuántas te has arrepentido de haber respondido con un no?

 

Cuando hace unos años hice mi estadística personal acerca de este tema, me di cuenta de que yo accedía muy a menudo a estas pequeñas peticiones: el favor de fiar mercancía, de prestar poco dinero, etc. En muchos casos, la cantidad de dinero invertido resultó ser mucho mayor y el beneficio para todos los implicados mucho menor de lo que había asumido en un principio. Quise hacerles un favor a los demás, pero resultó que no me hice ningún favor a mí mismo.

 

¿A qué se debe esa enfermedad de querer complacer a los demás? En los años cincuenta, un grupo de biólogos intentó averiguar por qué los animales de diferentes familias cooperan entre ellos. ¿Por qué razón, por ejemplo, los chimpancés comparten su carne con otros? ¿Por qué un babuino se toma la molestia de cuidarle el pelaje a un congénere? En el caso de los animales emparentados la respuesta es obvia: tienen muchísimos genes en común. La cooperación sirve para conservar, cueste lo que cueste, ese acervo genético común, incluso si uno de los individuos sufre pérdidas o muere en el intento. ¿Cuál es la razón, sin embargo, por la que un animal se arriesga por otro que no es de su familia? Dicho de otra manera: ¿Por qué a veces actúan de forma altruista los animales no emparentados? ¿Por qué el chimpancé no se come la carne solo y la comparte con un extraño? ¿Por qué el babuino no se tumba a huevonear en vez de gastar valiosas calorías limpiando de insectos el pelaje ajeno durante horas? Son preguntas nada triviales.

 

La respuesta se encontró en las matemáticas, para ser precisos, en la teoría de juegos. El investigador estadounidense Robert Axelrod puso a competir entre sí a una serie de diferentes programas informáticos. En cada uno aplicó una estrategia específica para enfrentar a su adversario: unos eran cooperativos, otros engañosos o egoístas; otros tantos habían sido programados para ceder en cada momento. A largo plazo, la estrategia toma y daca fue la más exitosa de todas. Es una táctica bastante simple que se resume en lo siguiente: se cooperativo durante el primer paso y, a continuación, imita el comportamiento de la persona que tienes enfrente en todos los siguientes pasos. En concreto, si después de un primer acto de buena voluntad mi antagonista se muestra cooperativo, entonces me comportaré igual durante el siguiente paso. Pero si no se muestra cooperativo y se aprovecha de mí, entonces tampoco cooperaré en el futuro. Si más tarde vuelve a hacer concesiones, en consecuencia me vuelvo a mostrar cooperativo.

 

En efecto, encontramos este tipo de comportamiento en el reino animal, donde se llama altruismo recíproco o reciprocidad. El chimpancé comparte su presa con otro porque puede asumir que, en una futura ocasión, este va a compartir su presa con él. Es bueno saberlo en caso de que un día el chimpancé regrese de la caza con las manos vacías.

 

La reciprocidad únicamente funciona en un contexto de animales que cuentan con una capacidad de memoria avanzada. Solo si el chimpancé se acuerda de que la vez pasada alguien compartió su carne con él, puede seguir esta exitosa estrategia. Solo algunas especies muy desarrolladas poseen esa capacidad de memoria, en particular, los monos. Naturalmente, los chimpancés no son conscientes de su pensamiento estratégico. Su conducta es más bien el resultado de la evolución, aquellos grupos de monos que aplicaron una estrategia diferente a la del toma y daca han desaparecido del acervo genético. Puesto que los humanos no somos más que una especie animal muy desarrollada, también nosotros sentimos el impulso de actuar de manera recíproca.

 

El toma y daca mantiene la economía mundial en marcha. A diario cooperamos con docenas de personas no emparentadas -a veces en el globo entero-, lo que resulta en un éxito arrollador para nuestra prosperidad.

 

Pero, ojo: la reciprocidad implica ciertos riesgos. Si alguien hace algo que te beneficia, te ves obligado a hacer algo por esa persona, por ejemplo, acceder a una petición. De ese modo te vuelves manipulable. No obstante, existe un segundo peligro mucho mayor. Cualquier toma y daca empieza por un primer acto de buena voluntad y confianza anticipada, por un primer sí espontáneo. En muchas ocasiones es justo de ese primer sí del que luego nos arrepentimos. En cuanto se escapa el sí espontáneo, tendemos a racionalizarlo. Pensamos en todas las buenas razones que nos presentaron con la petición, pero no en el tiempo que debemos invertir para cumplirla. Según nuestra evaluación, los motivos pesan más que el tiempo. ¡Un error de lógica!, pues existe una infinidad de razones, mientras que el tiempo, por el contrario, es muy limitado.

 

Desde que entendí que el sí espontáneo es un reflejo biológico que llevamos interiorizado, adopté la regla de los cinco segundos de Charlie Munger como estrategia contraria: es difícil encontrar algo sobresaliente, así que si tú, inteligente lector, respondes con un no en el noventa por ciento de los casos, prácticamente no te perderás de nada en el mundo. Cada vez que me piden un favor, me quedo pensando exactamente cinco segundos antes de tomar una decisión; en la mayoría de los casos me decido por el no. Prefiero rechazar muchas peticiones de manera sistemática y arriesgarme a que no todos me estimen que actuar de manera opuesta. Te recomiendo hacer lo mismo. Es mínimo el porcentaje de las personas que te verán como un monstruo después de haberles negado un favor. Al contrario, en secreto admirarán tu firmeza.

 

Hace dos mil años, el filósofo romano Séneca escribió lo siguiente: “Todos aquellos que te llaman hacia ellos te alejan de ti mismo”. Por eso deberías apropiarte de la regla de los cinco segundos. Es una de las normas de oro para una buena vida. ¡Confía en ti!