9 marzo, 2025
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El poder de comprar lo necesario…

Lic. Alfredo Castañeda Flores       Analista

11 marzo 2021.-¿Te hacen feliz tu auto, tu casa, tu computadora, tu celular de última tecnología, cualquier cosa? Los sicólogos Norbert Schwarz, Daniel Kahneman y Jing Xu plantearon esta pregunta a una serie de propietarios de vehículos para luego comparar sus respuestas con el valor de sus automóviles. El resultado fue el siguiente: cuanto más lujosos el auto, más alegría le produce a su dueño. Un BMW serie 7 genera alrededor del 50% de más felicidad que un Honda o Mitsubishi. Hasta el momento, todo en orden, pues si alguien invierte un montón de dinero en su auto, por lo menos recupera un poco de la inversión en forma de alegría.

 

A continuación, modifico la pregunta: ¿Qué feliz estuviste durante tu último viaje en coche? Los científicos hicieron la misma pregunta y, una vez más, compararon las respuestas de los conductores con el valor de sus automóviles. El resultado: no se encontró ninguna relación. Todos los valores de la felicidad salieron igual de bajos, sin importar si se trataba de automóviles de lujo o carcachas deslucidas.

 

La primera encuesta dio por resultado que el valor del automóvil está relacionado con la alegría que produce: mientras más lujoso, mayor felicidad. La segunda, sin embargo, no muestra relación alguna entre el valor y la alegría, un vehículo de lujo no hace que el conductor se sienta más feliz. ¿Cómo se explica este resultado? La respuesta es sencilla: en la primera encuesta te enfocaste en el auto, mientras que en la segunda estuviste pensando en otras cosas: en una conversación telefónica mientras manejabas, en una situación del trabajo, en un embotellamiento o en el automovilista idiota de enfrente. Para resumirlo: un auto te produce alegría cuando piensas en él, no cuando lo manejas. Este es el efecto de la ilusión de enfoque.

 

Desde luego, esto no solo es válido para los automóviles. La ilusión del enfoque puede perjudicar tu felicidad respecto de todo lo que adquieres. Mientras piensas en X, tiendes a sobrevalorar desmesuradamente el impacto que X tendrá sobre tu vida. No importa si se trata de una casa de verano, una pantalla gigantesca o un nuevo par de zapatos de marca: el pensamiento enfocado en esas cosas te produce alegría, pero mientras las vas usando en tu vida cotidiana se diluyen en el mar de tus pensamientos, al igual que el efecto de felicidad que causaron. A eso hay que agregar la anti productividad, los efectos secundarios indirectos y los gastos ocultos en forma de tiempo y dinero que debes invertir para mantener todas esas cosas bonitas. Combinados esos efectos tienen como consecuencia que en no pocos casos inviertes más en tus adquisiciones de lo que ganas de ellas, y el resultado neto es una pérdida de felicidad.

 

¿Difícil de creer? Otro ejemplo. Has comprado una mansión en las afueras de la ciudad. Durante los primeros tres meses disfrutas de cada una de tus quince habitaciones y admiras los más pequeños detalles. Pero solo medio año después, dejas de percibir gran parte del magnífico entorno. La cotidianidad te ha alcanzado de nuevo y te preocupan otros asuntos más urgentes. Al mismo tiempo, algunas cosas han cambiado: 15 cuartos y un jardín no es lo mismo que tu antigua casa de cuatro habitaciones en medio de la ciudad. Ahora necesitas a alguien que te ayude con la limpieza y a un jardinero; ya no llegas caminando al super y el traslado entre tu casa y el trabajo ahora te toma dos horas al día en coche. En pocas palabras: con la compra de tu hermosa mansión sufriste una pérdida de felicidad. Tu balance de bienestar resulta negativo.

 

Este ejemplo es fruto de mi imaginación, pero conozco casos reales. Un amigo mío tiene un yate o, para ser exactos, lo tuvo, porque lo acaba de vender. En todo caso, el yate hizo que volviera más sabio. Los dos días más felices en la vida del dueño de un yate –afirma de forma lacónica—son el día en el que lo compra y cuando lo vende.

 

Ya lo habrás notado, amable lector: quien aspira a una buena vida, hace bien en restringirse al momento de comprar. No obstante, efectivamente existe una categoría de bienes cuyo placer no se ve disminuido por la ilusión del enfoque: las experiencias. Cuando experimentas algo bonito, le dedicas todos tus pensamientos y emociones. Deberías intentar, por consiguiente, invertir más en vivencias y menos en objetos físicos. Otra ventaja es que la mayoría de las experiencias cuestan muy poco y casi no tienen efectos anti productivos: la lectura de un buen libro, una excursión en familia, una partida de cartas con los amigos, hacer el amor con tu pareja, todo eso es gratuito. Sin duda existen vivencias que requieren un gasto más fuerte, como un viaje por el mundo o un vuelo espacial privado. Pero si tienes el dinero para hacerlo, te garantizo que también son mejor inversión que una colección de Porsches.

 

Cabe agregar algo importante: también tu trabajo es una vivencia. No solo existe mientras lo llevas a cabo, como si fuera un Porsche que existe y desaparece en el fondo de tus pensamientos mientras lo estás manejando. Tu trabajo domina tu mente y te tiene ocupado permanentemente, lo cual puede ser agradable, siempre y cuando ames lo que haces. En cambio, si odias tu trabajo, tienes un problema muy serio. No podrás esperar a que otros pensamientos te distraigan de tu empleo de mierda.

 

Finalmente, fue también esta reflexión la que me llevó a decidir escribir en esta columna. Me encanta el acto de escribir. Para mí es mucho más importante incluso que un libro, todas las relaciones con nuestros semejantes, dejan enseñanzas que podemos plasmar en análisis escritos y es lo que hago.

 

No hay cosa más estúpida que trabajar en algo que te da mucho dinero pero nada de alegría, especialmente si inviertes todo ese dinero en cosas y no en experiencias. Warren Buffett lo expresa de la siguiente manera: “Trabajar para personas que le causan a uno dolor de estómago es como casarse por dinero: una pésima idea siempre, pero una idiotez si ya eres rico”.

 

Hablando del matrimonio: también en este caso se trata, finalmente, de una vivencia. No tiene ningún sentido seguir en una relación que ya no te hace feliz, simplemente por lealtad o falta de alternativas. La ilusión del enfoque no te ayudará en este caso. Es cierto que una relación no solo consiste en días soleados, pero los días sombríos tampoco deberían predominar. Si aparecen algunas nubes oscuras en el horizonte, intenta darle la vuelta al asunto. Si definitivamente no logras hacerlo, jala la palanca de emergencia. Una relación, en particular, de pareja jamás desaparecerá en el fondo de tus pensamientos.

 

En conclusión, inteligente lector, sobrevaloramos el impacto que tienen las cosas sobre nuestra felicidad y subestimamos la importancia de las experiencias. Los pensamientos en torno a tu casa desaparecen en la cacofonía de tus otros pensamientos diarios. Este no es el caso de las vivencias. ¿Y qué pasa si ya te compraste unos zapatos de marca? En tal caso debes asegurarte conscientemente de que te harán feliz. Lo mejor sería que los limpies y cuides todas las mañanas, y que pienses en sus icónicas suelas color carmín a la hora de dormir. De ese modo, y como excepción, la ilusión del enfoque puede alimentar tu felicidad. ¡Análizalo!