19 abril, 2025
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El dinero en la historia…

El hombre empezó sus transacciones mediante el trueque, el intercambio de una mercancía por otra. Esto creaba problemas; por ello, no es de extrañar que pronto utilizase un bien intermediario para todas sus transacciones: en los pueblos de la antigüedad fueron barras de sal, ganado (en latín PECUS, de donde viene pecuniario), hachas de cobre, etcétera. Más tarde descubrió que había bienes de muy cómodo uso como dinero: los metales, y, sobre todo, el oro y la plata.

De fácil transporte y almacenamiento (en poco peso acumulaban un gran valor), muy manejables y divisibles (sobre todo, aleados con otros metales), duraderos y de un valor que oscilaba poco (porque el oro que entraba en circulación, debido a las explotaciones mineras, era de cuantía limitada, y el que salía, para joyería, usos industriales, etc., también era poco).

Se impusieron, pues, el oro y la plata como dinero. En un principio se utilizaban a peso, lo cual obligaba a cuidadosas operaciones para pagar. De ahí que pronto se les ocurriese a los gobernantes garantizar, con su sello, el peso (y, por tanto, el valor) de las monedas.

Apareció la acuñación, aunque no desaparecieron los problemas de garantía del contenido, ni los de conversión de unas monedas en otras: de ahí la figura de los cambistas, intermediarios en estas operaciones. Y se presentó el problema de su conservación frente a los ladrones. Ahora bien, los cambistas y también los joyeros tenían buenas arcas para conservar seguro su oro.

Y se fue extendiendo la costumbre de depositar el oro y la plata en dichos establecimientos, a cambio de recibos. Para cobrar y pagar se acudía a los orfebres, y, mediante la presentación del recibo, se retiraba el oro o la plata. Más tarde, se dieron cuenta de que era más sencillo transmitir directamente el recibo, indicando que se entregase el oro al nuevo poseedor del mismo: así apareció el papel moneda. El oro y la plata seguían en las arcas de los orfebres, pero su propietario cambiaba con la simple transmisión del recibo o certificado de depósito.

De esto a la aparición del banco solo mediaba un paso. Cuando los orfebres y cambistas se dieron cuenta de que buena parte del oro que guardaban pasaba meses y meses en sus arcas, se les ocurrió prestarlo para ganar un interés en la operación. Sólo una parte del oro depositado quedaba en las arcas: el resto circulaba prestado. Así nació la banca, institución que recibe dinero en depósito de unos sujetos y presta parte del mismo a otros sujetos.

Las etapas siguientes fueron una consolidación de lo anterior. Primero, se establecieron controles para asegurar que los banqueros pudiesen atender, en todo caso, las reclamaciones de los que pedían que se les devolviese el oro; esos controles consistían en obligar al banco emisor a guardar cierta cantidad de oro en sus arcas por cada billete emitido. Más tarde. Se establecieron nuevas limitaciones, de forma que sólo ciertos bancos autorizados podían emitir billetes que el público debía aceptar como dinero, para acabar concediendo ese privilegio a un solo banco, el Banco Central del País.

Entre tanto, los billetes seguían siendo convertibles en oro: cualquier ciudadano que presentase en el Banco Central un billete tenía derecho a que se le entregase su importe en oro. Casi siempre, a raíz de alguna dificultad económica seria del Banco Central, ese derecho acabó limitándose, de forma que los billetes de banco pasaron a ser inconvertibles: la posesión del billete no daba derecho a su conversión en oro o plata.

Era, pues, indiferente que el Banco Central guardase más o menos metal en sus arcas, y así los Gobiernos fueron levantando paulatinamente la obligación de que los Bancos Centrales guardasen determinada proporción de sus billetes emitidos en forma de metales preciosos. Y en esta situación estamos ahora. Los bancos privados perdieron la posibilidad de emitir billetes de curso legal, pero siguieron recibiendo depósitos y prestándolos. Y el público consideró, cada vez más, que los depósitos en los bancos eran dinero, porque cuando se los transmitían de unos a otros eran aceptados en pago de deudas: el dinero bancario, pues, sigue existiendo.

Por supuesto, todo lo anterior no es sino una historia esquemática de la evolución del dinero, que omite numerosas circunstancias de interés. Para completarla un poco más, hago mención del billete de Estado forzoso (billetes emitidos, no por el Banco Central, sino directamente por el Estado, representando, pues, no una deuda de aquél, sino simplemente un documento que, por disposición legal, debía ser aceptado en pago de deudas): de este tipo eran los asignados de la época de la Revolución Francesa, los greenbacks estadounidenses de la guerra de Secesión, y las currency notes inglesas de la I Guerra Mundial.

*Analista