5 febrero, 2025
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El agua, entre bendición y maldición…

Cada año es lo mismo: llega la temporada de lluvias a toda la República y de inmediato comienzan a llegar a los hogares noticias de los daños que causan aquí y allá, como si fuera por primera vez y, por ende, las lluvias nos tomaran por sorpresa.

Pero no es así, hay memoria de lo que pasó con las lluvias el año pasado y anteriores. No obstante, para muchos el agua es una maldición porque ahogó a un ser querido, se llevó animales, destruyó viviendas, arrastró automóviles, anegó campos de cultivo, cargó con valiosos enseres de todo tamaño y dejó en mayor pobreza a sus propietarios, etcétera.

El agua que llega del cielo, siendo una bendición, al llegar a tierra se convierte en maldición por la acción del hombre, que al hacer uso de la naturaleza ha llegado a alterar las condiciones que hacen que pierda su calidad benéfica y se convierta en su contrario: maldición.

Mientras no se alteren las condiciones naturales del paisaje, el agua de lluvia cae sobre los árboles y la vegetación media y baja, la absorbe el suelo sano y se filtra al subsuelo para alimentar los mantos freáticos, que dan lugar a los manantiales.

Cuando del paisaje se eliminan los árboles, arbustos y vegetación baja que cubre los suelos, el agua de lluvia golpea el suelo desnudo, que por la acción de la erosión ha perdido porosidad y capacidad para ser un filtro eficaz del agua; en tales condiciones el agua, multiplicada en cientos y miles de pequeñas corrientes, crea torrentes que van arrastrando suelos y lo que en ellos encuentran: basura y objetos que tal vez aún son útiles para sus dueños.

En esas condiciones los ríos crecen alimentados por miles de torrentes y se convierten en serio peligro a lo largo de sus trayectos en su camino hacia el mar.

En condiciones de tumulto y violencia, en el campo se arrastran suelos y cultivos y anegan campos cultivados, se destruye infraestructura hidráulica, se colapsan puentes, se destruye la infraestructura carretera. En condiciones de tumulto y violencia, en las ciudades y pueblos la basura bloquea coladeras, las calles son ríos y lagunas, las viviendas se inundan y el mobiliario se echa a perder, causando pérdidas millonarias.

Con la acumulación de daños al paisaje natural, al paso del tiempo se va dando lugar a daños mayores con las tormentas tropicales, huracanes, ciclones, tornados, frentes fríos, trombas, fenómenos hidrometereológicos, todos cuya aparición va en aumento en proporción a los daños que se han ido provocando a la naturaleza.

Deforestación irracional, cambios de uso del suelo para cultivos más comerciales; cambios de uso del suelo en zonas urbanas para la construcción de desarrollos inmobiliarios y comerciales en terrenos bajos, pantanos, inapropiados para ello. Autorizaciones para construir viviendas en pendientes de alto riesgo, son algunas de las principales políticas en que incurren los políticos inescrupulosos para hacer fortunas, que tarde o temprano se convierten en escenarios de tragedia: pérdidas de vidas, desaparecidos, lesionados; pérdida de bienes y gastos millonarios para atender a los miles de damnificados.

Al término de la temporada de lluvias quedan los charcos y estancamientos de agua de diverso tamaño, donde los mosquitos transmisores del virus del dengue depositan sus huevecillos. Se presenta la necesidad de agua limpia. Nos adentramos a otra etapa, la de insuficiencia y carencia de agua para uso doméstico, agrícola e industrial. La gente que tiró plásticos y basura en la vía pública no se siente responsable de las inundaciones de su colonia, de su ciudad, de su pueblo.

La culpa la tiene la autoridad, porque da por hecho que no hace bien su trabajo (cierto en la mayoría de los casos). Seguirá arrojando plásticos a la banqueta sin complejos de culpa. Es igual que la gente que votó en las urnas y no se siente responsable de las acciones de mala política de la hoy autoridad a la que le dio su voto, real o comprado. Seguirá dando o vendiendo su voto con la misma inconsciencia ciudadana. El ciudadano no parece advertir que haya una posible relación de causa-efecto en lo que ve y observa de la sociedad y del gobierno. Una relación entre tapar las coladeras e inundarse su calle, su colonia; una relación entre un voto dado a favor y la política de un mal gobierno que afecta sus intereses.

La sociedad tendría que buscar entender más la relación entre causa y efecto en muchos de los problemas que nos aquejan y en esa medida participar para corregirlos.

Aprender a reconocer los problemas que origina la sociedad y los que corren por cuenta del gobierno por ignorancia, incompetencia, ambición, complicidad, omisiones criminales, etcétera, que tendrían que corregirse de raíz.

En el caso de la sociedad, comprometerse a formar individuos participativos, conscientes de sus deberes y derechos, conocedores de las causas y efectos de sus actos y de las acciones de gobierno de sus autoridades.

En cuanto a éstas, no podrían sobrevivir, con esa pésima imagen que arrastran, con ciudadanos bien formados y observadores críticos de su accionar político.

La sociedad y el gobierno ya tendrían que saber cómo tratar las crisis por los excesos de agua, para evitar que en las temporadas de secas se presente la otra crisis, la de su falta, cada vez con más rigor, riesgos y pérdidas económicas. Si año con año el problema es el mismo, sin un aparente aprendizaje indicativo de que se dio algún paso positivo para evitar que de un año a otro los estragos de la temporada de lluvias sean mayores, quiere decir que todavía no hemos iniciado el camino de reconocimiento de los compromisos como sociedad y gobierno para un desarrollo real, político y social.

En esa línea pongo un ejemplo de Pátzcuaro, que sería revolucionario, por modesto, como ejemplos similares puede haber en todos los municipios. Hay escasez de agua potable. En buena medida la demanda de agua depende del manantial de San Gregorio, en el ejido Tzintzún, del municipio de Salvador Escalante. La cuenca de recarga del manantial está poblada de abetos, cuya población se pierde cada vez más y con ello se disminuye la capacidad de captación del agua de lluvia y la oferta del manantial se reduce para Pátzcuaro.

Está de sobra decir que a los usuarios de agua potable de Pátzcuaro les vale poco la cuenca del manantial de San Gregorio y, si pueden no pagar la tarifa del agua, se pueden sentir hasta orgullosos. Qué distinto sería si esos usuarios conocieran a detalle la situación de ese bendito manantial y cada año estuvieran prestos a subir a reforestar con toda responsabilidad su cuenca; si durante la sequía se organizaran para impedir el mínimo incendio, el mínimo brote de plagas. Todo ello junto con los ejidatarios.

Al mismo tiempo, en correspondencia, el Ayuntamiento propiciara una administración transparente de los fondos del OOAPAS municipal. Ese aprendizaje tendría que permear a otras esferas de la administración pública local.