15 febrero, 2025
ROTATIVO DIGITAL

Educación a la mexicana…

Mucho se habla, antes, hoy y se seguirá haciendo, sobre la mala calidad de la educación mexicana, y como en cualquier tema de discusión, hay opiniones a favor y opiniones en contra, agravantes y atenuantes, defensores y atacantes, pero lo que observamos, no tiene mayor defensa. Somos un país con una educación deficiente, y aunque los que realizan esta actividad como su modo profesional de vida, se defienden como gatos boca arriba, los vicios personales, gremiales y pertenecer al sindicato más grande, por su membresía, han contribuido a esta debacle educativa.

Es frecuente escuchar o saber, de la venta de plazas, de que son heredadas a hijos sin vocación y mucho menos preparación para tan delicada labor, de que van escalando por favores o preferencias sexuales, por afinidad con determinado grupo, etcétera. Y pocos, muy pocos casos, son por mérito académico.

Todos, absolutamente todos, en menor o mayor medida, hemos tenido un profesor impartiéndonos clase y tal parece que la filosofía de estos es la de mirarlos como una autoridad omnipotente al que siempre se debe obedecer. No se enseña al estudiante a ser honrado, limpio, cortés o responsable por el valor que en sí mismo posee cada uno de estos atributos, sino porque la autoridad así lo ordena. Se trata de una tergiversación desafortunada. No se cuenta con una pedagogía preocupada porque los alumnos hagan suyo el valor de las normas. Es creencia generalizada entre los profesores que basta con asegurar el respeto hacia la figura de autoridad para que, en automático, el estudiante se comporte conforme a las reglas de la institución educativa.

Sin embargo, colocar todo el esfuerzo pedagógico en robustecer la figura de la autoridad no lleva a la construcción de mejores subjetividades. Reproduce, en todo caso, la cultura del autoritarismo, pero no hace mejores individuos. Y esto es así porque –al dejar de lado la argumentación que hace consistentes dentro de la conciencia de la persona lo moralmente aceptable y su opuesto— el orden social pende exclusivamente del carácter de quien está al mando.

Cuando no es la norma interiorizado lo que se coloca como la tabla de medición de los actos, sino la persona investida de autoridad, el alumno tiende a acomodar su comportamiento a partir de los afectos y voluntarismos del profesor. El estudiante se conforma con agradar y negociar con la figura que en el salón de clases representa a la jerarquía más alta. En la escuela mexicana es el docente quien conduce, expone e indica. La solidez o laxitud de las normas depende del profesor, él es la medida de la autoridad, no las reglas. Este hecho potencia, a su vez, un nivel importante de inconsistencia en el cumplimiento de las normas, y deja al descubierto que la presencia de las reglas no es estable ni previsible; a veces están pero en otras ocasiones parecen diluirse. Todo depende del estado de ánimo, del carácter o de las simpatías de la persona que se sienta detrás del escritorio.

Tampoco se promueve en el alumno el arte de reflexionar por sí mismo. Para ser considerado un buen estudiante, el niño está obligado a callar, atender, seguir las indicaciones, hacer fila, creer ciegamente en lo que dice y hace el profesor, y no moverse demasiado. En cambio, la reflexión –prerrequisito indispensable para asumir la responsabilidad sobre los actos propios— ocupa un lugar menor. Las cosas están bien o mal dependiendo de lo que diga el maestro y no de su coincidencia con los valores enseñados. Con esta pedagogía no se construyen sujetos autónomos –con juicio independiente y capacidades propias de discernimiento— sino personalidades sumisas y obedientes. No se construyen ciudadanos, sino otra cosa.

Aquel que se exprese de manera distinta –el que por su inteligencia o sus carencias no quepa en el molde educativo hegemónico— es tratado con distancia. Una de las más graves consecuencias de poseer un orden social sustentado en el poder de la autoridad, y no en los valores y las normas, es que el diferente queda marginado. Se convierte en alguien que no podrá ser atendido por el docente a partir de su especificidad. Por lo que la discriminación y la intolerancia subsistan también como antivalores en la educación pública mexicana.

En clases, siempre introducen explicaciones que no son diferentes a su propio ejemplo de vida. En su explicación, el profesor además refuerza una visión irreflexiva, incluso machista, en ocasiones, que sólo puede sostenerse porque él es una figura indisputable de autoridad. Sin que ningún estudiante cometa la imprudencia de contradecirlo, aunque esté equivocado. No existe disenso del alumno que pueda ser tolerado, ni el derecho a la reflexión propia. Lo que vale en el medio escolar es ganarse –por medio de la obediencia— el aprecio del profesor.

Asegurarse, a través de la sumisión, una buena calificación al final del curso, para que los padres se sientan orgullosos, grave error. Actuar de manera diferente podría implicar, en el caso extremo, un consejo hacia los padres de familia para que agarren a sus hijos a palos o a cintarazos (como en antaño), o enviarlos a tratamiento sicológico (en la actualidad), porque retar al docente, equivale a un desequilibrio mental.

En el sistema educativo mexicano no se enseña a adquirir autonomía. No son autónomos los alumnos frente a su profesor, no lo son tampoco ellos frente a sus dirigentes sindicales o ante las autoridades educativas. Menos aún lo es el sindicato nacional del magisterio con respecto a las arbitrariedades del Estado. Ni tampoco es autónomo el Estado mexicano ante las arbitrariedades de esa fuerza gremial. La estructura corporativa en la cual se fundó el sistema de educación pública mexicana buscaba un objetivo contrario: se constituyó a partir de la dependencia asimétrica y jerárquica de cada uno de sus componentes, y no desde una relación respetuosa y recíproca entre actores reflexivos, responsables y autónomos.

¿Cómo sería posible que los profesores enseñaran a sus alumnos el valor de la autonomía, si ellos mismos están atrapados en un sistema de mafiosas dependencias? Mientras sigan las cosas así, la educación mexicana seguirá estancada y el país continuará atrasado cultural, social, política y económicamente.