Vuelvo con el recuerdo de mi querido Barrio de La Peña, mi primer encuentro con una realidad distinta que viví en mi casa. Si Dios me diera en otra dimensión la oportunidad de preguntarme dónde me gustaría nacer nuevamente, sin duda escogería La Peña, es un barrio pero también con orgullo digo que es parte de la Colonia San Lázaro o Colonia de “Los Encuerados”, como comenzaron a decirle a ese asentamiento allá por años cuarenta del Siglo Pasado.
La calle Michoacán principia donde termina la calle Benito Romero, precisamente en la Peña. Hablar de esta calle es recordar la casa donde un día quedó por allí mi cordón umbilical y las primeras incursiones al mundo exterior.Es recordar a los buenos vecinos de los cuales solo mencionaré algunos, pidiendo una disculpa por mencionar también sus apodos, pero es una de las características de mi barrio que casi todos teníamos un apodo o alias, muchos respondían más por el alias que el propio nombre… me viene a la memoria “Ustolia La Tolinga”, a Don José “El Cucho”; a Doña Estercita Guía; don Alfonso “EL Pimienta”, Esther la “Tecolota”, doña Liboria “Panchito”, Virginia “La Chapopota”, Macrina; don José “La Changa”, Marytoña “la del Inge”, entre otros muchos.
Pero esta vez hablaré de Don ADOLFO RIVERA ORNELAS, quien paseó por esta vida los apodos del “El Diablo” o “el Moro” y con su señora esposa Doña Rosa Torres formaron una numerosa familia, cuya fuente de ingresos radicaba en un pequeño amasijo donde elaboraba pan que cocía en un horno de tierra que calentaba con leña de encino.
Don Adolfo inicia el negocio de la panadería y cuando sus hijos fueron creciendo rápidamente se integraron a ese digno trabajo que los muchachos aprendieron a hacerlo con pasión. Para Don Adolfo más que sus hijos trabajaran, primero iban a la escuela y después a chambear.
Era agradable observar su trabajo al ritmo de las melodías de moda en la Radio XELQ de Morelia con su Locutor estrella, Don Pablo Martínez Castro, donde escuchaban a los cantantes del momento como “Leo Dan, Leonardo Fabio, Palito Ortega… pero definitivamente eran fans en grado superlativo del sin par RAPHAEL, “El Ruiseñor de Linares”, así surgía la magia de convertir la masa del buen trigo en deliciosas “Toluqueñas”, “cuernos”, “Batidas”, “alamares”, Rosquitas de Manteca”, “Pellizcos”, “Chilindrinas”, “Conchas”, “Jitomates”…
Pero también el patriarca familiar aprovechaba para platicar a sus hijos e hijas: enseñanzas que ponderaba la unidad familiar en consecuencia de los trabajos que el destino les depare… Estoy seguro, eso influyó en la formación de las personalidades de su numerosa prole… ¡Pero no dejar de poner un “Ojo al gato y otro al garabato”!, a través de un espejo miraban si había clientes, porque a la par atendían una pequeña tiendita….
Don Adolfo Rivera era un señor de estatura regular, moreno, pestañas grandes, bigote semi poblado y la barbilla igual… intuyo, de allí surgió el mote del “Diablo”; casi siempre vestía pantalones de gabardina apretados a la cintura con una faja o “fajín”, camisa de lino color claro e invariablemente un paliacate rojo, ya sea en el cuello o en la bolsa trasera de su pantalón y su clásico sombrero de palma tipo Sahuayo, él era “malhablado”, pero tenía un gran corazón, me tocó ver cuando caminaba por la calle cargando su canasto de pan y alguna persona humilde le pedía uno, ¡no dudaba en dárselo!, tenía cara de malo, pero interiormente “era un pan de Dios”…
Era un hombre amante de la lectura, pues cuando “descansaba” atendiendo “el changarrito” y la venta del pan o preparando un “caballito” con alcohol a algún parroquiano, en sus manos nunca faltaba un libro o una revista que leer: “Selecciones del Reader´s Digest”, “Time Life”. “Ovaciones”, entre otros, periódicos como “la Alarma” por los crucigramas -decía- y varios libros de temas distintos.
Yo creo que influido por la lectura, llegó a pensar que la panadería no era la mejor opción para el destino de sus hijos… buscó la manera que se prepararan en otro oficio o profesión, Pancho y Jorge incursionaron en la carrera de las armas en el ejército mexicano; a Javier le consiguió empleo de aprendiz de sastre, las muchachas empezaron una a una a casarse, Adela tomó los hábitos en una congregación religiosa; solo Alejandro siguió estudiando, y José decidió seguir en el oficio…
En la escuela primaria Ricardo Flores Magón fuimos compañeros con Alejandro, en primer y segundo grado y nos hicimos amigos,- antes solo éramos conocidos, yo lo conocía con el apodo de “Canuto” –, un día le dijo a su papá que me ocupara de ayudante, siendo así como incursioné en el ambiente de la panadería, algo que ganara… al menos por esa temporada a mi paupérrima morada no faltó un pan para la cena.
Alejandro estudia y concluye la Carrera de Contaduría y Administración en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, un orgullo para don Adolfo, doña Rosa y demás miembros de su familia…
Esa microempresa eminentemente familiar, muy artesanal y capital muy reducido, hubo temporadas que solo José se hacía cargo del pequeño negocio… tiempo después Don ADOLFO entrega su alma al creador… pero en las mentes de sus hijos ya se movía algo extraordinario… Pronto las palabras del viejo harían mella en el corazón y mente de sus vástagos…surgió el deseo de transformar el pequeño negocio de panadería en algo grande…¡Aquellos consejos al calor del horno, la flacidez de las masas, el poder de las levaduras, el calor cansino de los maderos de encino y las canciones de ese ayer. Lograron organizarse y demostrar que había tradición de buenos panaderos!
Ese era el destino mater… ¡lo lograron!: Dejar la denominación de una simple panadería de corte artesanal para iniciar el proyecto de una industria panificadora en toda la extensión de la palabra…
Hoy, los Rivera Torres han formado toda una industria en el ramo de la panificación… y ¡ fueron más allá! De la simple panificadora han logrado instalar panaderías en puntos de la ciudad y en franca expansión han instalado panificadora y panaderías en municipios aledaños, donde me atrevo a decir compiten: ¡Hasta con empresas transnacionales!
Cuentan con tecnología de punta en el ramo, pero no pierden la esencia de pan de pueblo con la calidad y “El sazón” que don ADOLFO “El Moro” dio origen desde el incipiente amasijo de la calle Michoacán en el Barrio de La Peña….