6 febrero, 2025
ROTATIVO DIGITAL

Cambia, siempre cambia…

Lic. Alfredo Castañeda Flores           Analista

 

Al adoptar una forma definida y tener un plan claro para todo el mundo, te convertirás en el blanco de ataques diversos. En lugar de brindar a tus enemigos algo concreto que atacar, mantente flexible, adaptable y en movimiento. Acepta el hecho de que nada es absoluto y de que no existen las leyes fijas. La mejor forma de protegerse es mantenerse tan fluido y cambiante como el agua. Nunca apuestes a la estabilidad ni a un orden perdurable. Todo cambia.

 

En la evolución de las especies, la armadura protectora casi siempre produjo desastres. Pese a que unas pocas excepciones, la mayoría de las veces el caparazón se convierte en una traba para el animal encerrado en él; lo vuelve más lento, con lo cual le resulta difícil salir en busca de alimento, y además lo torna en un blanco fácil para depredadores más ágiles y rápidos que él. Los animales que pueden levantar vuelo o sumergirse en las aguas, que se mueven con rapidez y de manera impredecible, son infinitamente más poderosos y están más seguros.

 

Al verse ante un problema serio –controlar un grupo numérico superior—Esparta reaccionó como un animal que desarrolla una coraza para protegerse del medio ambiente. Como la tortuga, los espartanos sacrificaron movilidad por seguridad. Lograron preservar su estabilidad durante trescientos años, pero ¿a qué costo? No tenían otra cultura que el ejercicio de la guerra, carecían de artes para expresarse y liberar tensiones, y se encontraban en un estado de ansiedad constante por mantener el statu quo. Mientras sus vecinos se hacían a la mar y aprendían a adaptarse a un mundo en constante fluctuación, los espartanos se sepultaron en su propio sistema. La victoria significaría nuevas tierras para gobernar, cosa que no querían. La derrota significaría el fin de su máquina militar, cosa que tampoco querían. Sólo la estasis les permitía sobrevivir. Pero nada en el mundo puede permanecer estático para siempre, y el caparazón o el sistema que desarrolles para tu protección algún día resultará ser tu perdición.

 

En el caso de Esparta, no fueron los ejércitos de Atenas lo que la derrotó, sino el dinero ateniense. El dinero fluye hacia donde tiene la oportunidad de llegar; no puede ser controlado ni adecuado a un esquema determinado. Es inherentemente caótico. Y, en el largo plazo, el dinero convirtió a Atenas en el conquistador, al infiltrarse en el sistema espartano y corroer su armadura protectora. En la lucha entre los dos sistemas, Atenas era lo bastante fluida y creativa como para adoptar nuevas formas, mientras que Esparta sólo sabía ponerse más y más rígida, hasta que al fin se resquebrajó.

 

Así es como funciona el mundo, ya se trate de animales, culturas o individuos. Ante la dureza y los peligros del exterior, los organismos de cualquier tipo desarrollan sistemas de protección: una armadura, un sistema rígido, un ritual reconfortante y protector. En el corto plazo, esos sistemas de protección podrán funcionar, pero a la larga acaban en desastre. Quienes se encuentran agobiados por un sistema y por modalidades inflexibles no pueden moverse con agilidad, no pueden percibir el cambio ni adaptarse a él. Avanzan con pesadez, cada vez más lentos, hasta sufrir el destino del brontosaurio. Aprende a moverte con rapidez y adáptate, o de lo contrario te devorarán.

 

La mejor manera de evitar este destino consiste en cambiar de forma según las circunstancias. Ningún depredador puede atacar lo que no puede ver.

 

Los dos juegos de mesa que más se aproximan a las estrategias bélicas son el ajedrez y el asiático go. En el ajedrez el tablero es pequeño. En comparación con el go, el ataque es relativamente rápido y conduce de modo directo a una batalla decisiva. Raras veces vale la pena retirarse o sacrificar piezas, las cuales deben concentrarse en áreas clave. El go es mucho menos formal. Se juega sobre una gran grilla, con 361 intersecciones, es decir, unas seis veces más que el ajedrez. Las fichas, blancas y negras (un color para dada adversario), se colocan en las intersecciones del tablero, una por vez, dondequiera que uno decida. Una vez que todas las fichas (52 por participante) se hallan dispuestas, el objetivo es aislar las fichas del adversario, rodeándolas.

 

El animal humano se distingue por su constante creación de formas. Al expresar muy raras veces sus emociones de manera directa, les da forma a través del lenguaje o rituales socialmente aceptables. No podemos comunicar nuestras emociones sin algún tipo de forma.

 

Sin embargo, las formas que creamos cambian de manera constante: en moda, en estilo, en todos los fenómenos humanos que representan el humor y el estado de ánimo del momento. Constantemente alteramos las formas que hemos heredado de las generaciones previas, y estos cambios son signos de vida y vitalidad. La verdad es que las cosas que no cambian, las formas que se vuelven rígidas, terminan pareciéndonos muertas y las destruimos. Es entre los jóvenes donde se observa esto con toda claridad: incómodos con las formas que la sociedad les impone, sin una identidad formada, juegan con sus propios caracteres, probándose una diversidad de máscaras y poses para expresarse. Ésa es la vitalidad que impulsa el motor de la forma y crea constantes cambios de estilo.

 

Los poderosos son a menudo personas que en su juventud han demostrado enorme creatividad para expresar algo nuevo mediante nuevas formas. La sociedad les otorga poder porque ansía la renovación y la premia con generosidad. El problema surge más tarde, cuando esos jóvenes creativos se tornan conservadores y posesivos: ya no sueñan con crear nuevas formas, sus identidades están demarcadas, sus hábitos se han congelado y su rigidez los convierte en blancos fáciles. Muchos conocen o intuyen el próximo paso que darán. En lugar de imponer respeto, generan aburrimiento: ¡Bájese del escenario!, decimos, deseosos de que otra persona, más joven, diferente, nos entretenga. Cuando permanecer encerrado en el pasado, el poderoso resulta cómico: una fruta demasiado madura que espera caer del árbol.

 

El poder sólo puede crecer y desplegarse si es flexible en sus formas. Ser cambiante en las formas que se adoptan no significa ser amorfo; todo tiene una forma, esto es algo imposible de evitar. La no-forma del poder se parece más al agua, o al mercurio, que adopta la forma de lo que lo rodea. Como cambia constantemente, nunca es predecible. Los poderosos crean formas sin cesar, y su poder proviene de la rapidez con que son capaces de cambiar. Esa carencia de forma definida está destinada al enemigo, que no puede ver lo que ellos traman y por lo tanto no disponen de un objeto sólido que atacar. Ésta es la principal pose del poder: inasible, evasivo y veloz como el dios Mercurio, que podía tomar la forma que más le complacía y usaba esa habilidad para crear gran confusión en el monte Olimpo.

 

Por último, inteligente lector, aprender a adaptarse a cada nueva circunstancia significa ver los hechos a través de tus propios ojos, y a menudo ignorar los consejos que la gente te ofrece. Significa que, en última instancia, tendrás que desechar las leyes que otros predican y los manuales que otros escriben, y también el sabio consejo de tus mayores. Las leyes que rigen las circunstancias son abolidas por las nuevas circunstancias, escribió Napoleón, lo que significa que es tu responsabilidad evaluar cada nueva situación. Si confías demasiado en las ideas de los demás, terminarás adoptando una forma que no es la construida por ti. Demasiado respeto por la sabiduría ajena hará que termines despreciando la tuya. Se brutal con el pasado, sobre todo con el tuyo propio, y no respetes las filosofías que te sean inculcadas desde afuera. ¡Tú decides!