Lic. Alfredo Castañeda Flores Analista
Si te sientes inseguro frente a determinado curso de acción, no lo intentes. Tus dudas y titubeos se transmitirán a la ejecución del plan. La timidez es sumamente peligrosa; lo mejor es encarar toda acción con audacia. Cualquier error que cometas por ser audaz se corregirá con facilidad mediante más audacia. Todo el mundo admira al audaz; nadie honra al timorato.
La mayoría somos tímidos. Queremos evitar tensiones y conflictos y deseamos que todos nos quieran. Quizá consideremos realizar acciones audaces, pero rara vez las llevamos a cabo. Tenemos terror a las consecuencias: de lo que los demás podrían pensar de nosotros, de la hostilidad que generaremos si nos atrevemos a ir más allá de lo habitual.
Aunque podemos disfrazar nuestra timidez con el manto de la preocupación por los demás y el deseo de no herirlos u ofenderlos, la verdad es todo lo contrario: en realidad somos individuos egoístas, preocupados por nosotros mismos y por cómo nos perciben los demás. Por otro lado, la audacia a menudo hace que los demás se sientan más cómodos, dado que no demuestra timidez ni represión.
Esto puede verse con claridad en cualquier acto de seducción. Los grandes seductores lograron su éxito a través del descaro. La audacia de Casanova no se manifestaba mediante un audaz acercamiento a la mujer deseada, ni mediante palabras intrépidas para halagarla. Consistía en la habilidad de rendirse por completo a ella y hacerle creer que por ella haría cualquier cosa, incluso arriesgar la vida, algo que, en efecto, en algunas oportunidades hizo. La mujer sobre la cual prodigaba sus atenciones comprendía que él no le retaceaba nada, y eso era muchísimo más halagüeño que cualquier elogio o cumplido. En ningún momento él titubeaba o dudaba.
Parte del encanto de ser seducidos radica en que ello nos hace sentir por entero absorbidos por el otro y nos extrae temporariamente de las dudas habituales de nuestra vida. En cuanto el seductor titubea, el encanto se rompe, porque tomamos conciencia del proceso, de su esfuerzo deliberado por seducirnos, de su timidez. La audacia dirige la atención hacia lo exterior y mantiene viva la ilusión. Nunca genera situaciones incómodas o embarazosas. Por lo tanto, admiramos a los audaces y preferimos rodearnos de ellos, porque su confianza en sí mismos en contagiosa y nos permite evadirnos de nuestra propia introversión y timidez.
Pocas son las personas que nacen audaces. Hasta Napoleón tuvo que cultivar el hábito de la audacia en el campo de batalla, donde se decidía entre la vida y la muerte. En un entorno social, Napoleón era tímido y retraído, pero logró superarlo y aprendió a practicar la de audacia en todos los aspectos de su vida, porque comprendió el tremendo poder que ello conlleva y de qué manera una actitud audaz agranda, literalmente, a la persona (incluso a alguien que, como Napoleón, se destacaba por su baja estatura). También vemos ese cambio en Iván el Terrible: un niño inofensivo de pronto se transforma en un poderoso joven que impone su autoridad con un simple acto de audacia.
Tú, amable lector, debes practicar y desarrollar tu audacia. A menudo le encontrarás buen uso. El mejor lugar para empezar suele ser el delicado mundo de la negociación, sobre todo en aquellas discusiones en las que te exigen que tú mismo fijes tu precio. A menudo nos humillamos pidiendo demasiado poco. Cuando Cristóbal Colón propuso a la corte española que financiara su viaje a las Indias, también exigió, en delirante audacia, que le otorgaron el título de Gran Almirante de los Mares. La corte accedió. El precio que fijó fue el precio que obtuvo: exigió que lo trataran con respeto, y lo consiguió. También Henry Kissinger sabía que, en las negociaciones, la exigencia audaz funciona mejor que empezar con pequeñas concesiones y tratar de lo mismo de la otra persona. Pide un precio alto, y después, auméntale aún más.
Comprende que, si bien la audacia no es natural, tampoco lo es la timidez. Ésta no es sino un hábito adquirido, adoptado a partir de un deseo de evitar conflictos. Si la timidez te domina, extírpala. Tus temores a las consecuencias de un acto audaz no guardan proporción con la realidad, y de hecho las consecuencias de la timidez son mucho peores. Tu valor se reduce y creas un círculo vicioso de duda y desastre. Recuerda: los problemas creados por un acto audaz pueden disimularse y hasta subsanarse mediante una audacia aún mayor.
Sin duda, inteligente lector, creo que mejor ser impetuoso que cauto, porque la fortuna es una mujer y, si tú quieres poseerla, es necesario conquistarla por la fuerza; es evidente que ella se deja dominar por el audaz y no por quienes proceden con cautela. Y, por lo tanto, igual que una mujer, siempre dispensa sus favores a los jóvenes, porque éstos son menos cautos, más agresivos y la conquistan con mayor audacia.
Por supuesto que, la audacia nunca debe convertirse en la estrategia en que bases todas las acciones. Es un instrumento táctico, que debe utilizarse en el momento adecuado.
La timidez no tiene cabida en el ámbito del poder; no obstante, podrás beneficiarte con ella si la simulas. En tal caso, por supuesto, deja de ser timidez para convertirse en un arma ofensiva: tú atraes a la gente con tu fingida timidez, para poder asestar luego el zarpazo audaz. ¡Ánimo!