2 mayo, 2025
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Arena suelta. Mala justicia mexicana…

Dr. Tayde González Arias

Por más que se quiera ocultar, la justicia en nuestro país es cada día más deplorable. México es una nación donde se padecen las más deleznables arbitrariedades del mundo, lo que se constata en los últimos 50 años de la vida jurídica nacional, pues la gran mayoría de nuestros jueces son entes aviesos a más no poder, afectos a la consigna, a la venta procaz de sentencias, y lo peor, ignaros en grado superlativo.

 

Si alguien duda de ésta afirmación, le invito a que acuda a cualquier juzgado, del nivel que sea, y trate de entrevistarse con un juez o magistrado; si de inicio lo logra, debe sentirse muy afortunado, ya que esos personajes se sienten verdaderos dioses, son inaccesibles y pedantes, amén de palurdos; pero, repito, si tiene la suerte histórica de que le reciban, se encontrará con un hombre o mujer quien, ni de broma, se parará de su acolchado sillón.

 

Evidentemente, para reunirse con él o ella, primero debe pasar una difícil aduana; generalmente, una fémina rolliza de lentes que actúa como secretaria lo interrogará de modo agresivo: “¿Para qué quiere ver a su señoría?, ¿qué asunto tiene?, ¿cuándo se enlistó su caso? Porque el señor juez no recibe el día de hoy”; en fin, una serie de sandeces que dejan muestra tangible de que son todo, menos servidores públicos. Una vez estando frente al “togado”, sin jamás verle la cara, ya que siempre mantiene la mirada fija en un documento que supuestamente lee, lo escuchará afirmar de manera misericordiosa: “No se preocupe, todo se resolverá conforme a derecho”.

 

Nunca se enteró el tipejo de marras cuál era el asunto, ni cuáles sus alegatos; eso sí, si el juez ya recibió “línea” en contra suya, nada le salvará de que el fallo le sea desfavorable. Obviamente, si su contrario ya hizo entrega de dinero a través de una asistente o cualquier otro conducto, también de por perdido el caso.

 

Actualmente en México, un juez tiene toda la facultad de resolver en sentido positivo o negativo, sin caer para nada en un delito; de tal suerte, son absolutamente inmunes para cualquier reclamo y, si usted comete el error de denunciar a un juez venal, “ya se echó encima a una jauría completa”, que son todos los colegas igual de pícaros, quienes conforman mafias para hacer que la justicia en nuestro país se entregue al más influyente o, bien, se venda al mejor postor.

 

Conozco impresentables presidentes de tribunales, magistrados y todo tipo de fauna jurídica; sé bien lo que afirmo, incluso tengo pruebas de mi dicho.

 

Reitero, sé de la deshonestidad en todas las áreas de los juzgados, con la frente en alto puedo aseverar que ingresar a uno implica hacerlo a la “Cueva de Alí Babá”; en lo personal, cuando acudo por necesidad a alguno de ellos lo hago con repulsión, trato de respirar lo menos posible para no oler el fiemo que ahí se plasma. Debo reconocer y lo señalo con mayúsculas, HAY CASOS DE EXCEPCIÓN, juzgadores decentes, conocedores y probados apóstoles de la justicia; por desgracia son unos cuantos, la inmensa mayoría la representan “impartidores de justicia” cerriles, que declaran de forma absurda: “No se preocupe, su asunto se resolverá conforme la justicia”, pero la diferencia entre justicia y derecho, ni por asomo la conocen los jueces innobles.

 

Resulta sumamente oprobioso, en cualquier ámbito, ver a nuestra nación ocupando los últimos lugares, de hecho de 97 Estados investigados en el orbe, México se coloca en el lugar 91, tanto en la impartición de justicia penal, como en orden y seguridad; estuvimos por debajo de países como Tanzania, Senegal, Etiopía y Sierra Leona.

 

En el índice del informe de la aplicación de la ley, se menciona que la causa de la pésima justicia mexicana es la corrupción. Para nadie, en nuestra patria, es secreto que aquí se le rinde pleitesía a la podredumbre; eso sí, para justificarse y decir que en México es buena la justicia que se imparte, los togados se defienden como “gatos boca arriba”; pero dejemos bien claro; es patético observar que, en suelo azteca, no existe la más mínima intención por evitar que la justicia vaya de mal a peor.

 

Invariablemente, la base fundamental para acabar con la corrupción es luchar contra la injusticia, aceptar que la tenemos y solo así, a partir de entonces, encontraremos sin duda cómo combatirla.