Cuando somos pequeños no existe problema que tenga mayor importancia, que no sea aquello que pueda interrumpir nuestra felicidad. En los siete, ocho o nueve meses de gestación no solo se nos dotó de los nutrientes esenciales para poder venir a este mundo normalmente, sino que también recibimos un alto grado de endorfina, serotonina, oxitocina y dopamina; elementos químicos naturales que en nuestros cuerpos son responsables de la felicidad.
El problema de la felicidad, con la que vivíamos de niños, es que no supimos administrarla, no nos dijeron de qué manera, se podía perder y cómo era que no podríamos volver a ella, hasta hacerla parecer un recurso no renovable. No nos dijeron que hay un desgaste natural en la sociedad en la que vivimos, y que hay muchos empeñados en que perdamos ese bien superior del que se nos fue dotado. Tampoco nos dijeron que mientras algunos nos hacen sonreír, otros favorecen el llanto. Nos decían que durante la vida íbamos a perder muchas cosas, pero no que podríamos dejar de ser buenos, honestos y probos, y que de los lobos disfrazados de corderos tendríamos que vivir alertas.
La escuela no nos ayudó mucho más allá de los seis años, pues los que pudimos o debimos ir al preescolar (porque lo hicieron obligatorio), cuando entramos a la educación primaria se nos dejó de motivar con canciones, ya no usamos los colores, y tampoco nos dejaban llenarnos las manos de pintura para ponerlas sobre el papel, ya no había la misma cantidad de dibujos en las paredes, tampoco usamos batas, y nos comenzaron a decir que no tocáramos aquí ni allá, ni esto, ni aquello. Y así fueron muriendo las cosas que nos hacían sentir libres y con eso felices, las limitaciones terminaron atándonos, a una clase, a una sección, a un grupo a una carrera y por último a un trabajo.
En la escuela secundaria, no conformes con alejarnos de proyectos que nos acercaran a los otros, o de un guía como lo era el maestro que teníamos para todo un año escolar en la primaria, ahora tendríamos uno para cada materia, y materias que no tenían que ver con amar, con conocer más a nuestras madres y sus esfuerzos, para poder valorar todo lo que nos dieron, y menos a nuestros papás, es más, todo se limitaba a que cada diez de mayo se hiciera un festival, pero de ahí en adelante, nunca en una materia nos decían que debíamos amar nuestro cuerpo, nuestro rostro, nuestro ser y alimentar continuamente nuestra alma con sonrisas.
Los maestros más grandes que amaban su carrera, esperaban para jubilarse ya cansados, a los jóvenes les faltaba vocación y a las autoridades educativas les interesaba que supiéramos hacer cuentas y escribir bien, para eso, durante tres largos años decidieron que debían darnos matemáticas y español, y solo una vez o dos a la semana, algo sobre arte o valores, se les olvido que amar y respetar se usa más que el 3.1416.
En la preparatoria, lo más cercano a la felicidad fue la convivencia con los compañeros y las experiencias para superar todo aquello de lo que adolecíamos, pero no estuvo cerca de nosotros el maestro o la maestra a la que podíamos contarle todo lo que nos pasaba por la mente y el corazón, crecimos con dudas tan grandes que apocaban el brillo de la felicidad, como no nos enseñaron a escuchar, muchos prefirieron decir que estamos cruzando la etapa difícil de la adolescencia, y que ya pasaría, aunque algunos cansados de la vida decidieron acabar con ella, y se suicidaron, otros, los que seguimos y llegamos hasta la universidad, lo hicimos porque nos decían en la casa y en la calle que para ser alguien teníamos que tener una licenciatura, y es que nunca fueron claros para decirnos que ya éramos alguien, y muy valioso, único e irrepetible, poderoso y valiente, amoroso y son posibilidad de soñar, pues hablando de sueños, cuando se expresaba uno al respecto le recordaban que de sueños no se comía, que lo sueños solo eso eran y que se le podía tirar a nada en la vida; soñando, no nos mostraron el camino para empoderar y hacer real lo que soñábamos, los ideales que podían reforzar lo que deseábamos los recortaban, o nos los enseñaban a la mitad, por ejemplo no nos decían que Benito Juárez, también se llamaba Pablo y que su segundo apellido era García, y que había dicho que “el respeto al derecho ajeno es la paz”, más nunca que antes que eso había dicho que “así entre las naciones como entre los individuos” conformaba la parte previa, y así era la frase completa, desde entonces nos enseñaron a la mitad, y después se quejaron de que medio se estudiábamos, medio pasábamos y medio vivíamos.
Quisiera pensar que nos educaron para enfrentar la media información y media comunicación con la que ahora vivimos, pero siendo honestos eso no ha sido así, pues la felicidad es una totalidad, no es una cosa que se pueda disfrutar a medias, y por eso la media educación familiar y la media educación escolar no han sido suficientes para vivir totalmente felices.