5 febrero, 2025
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Aprende a decir las cosas con argumentos…

Mucha gente piensa que discutir es simplemente expresar sus prejuicios de una forma diferente. Por eso mucha gente cree que discutir es desagradable e inútil. De hecho, aunque las definiciones que nos brinda el diccionario de discutir (dicho de dos o más personas: examinar atenta y particularmente una materia) o (contender y alegar razones contra el parecer de alguien) no implican animadversión, el significado que popularmente se da a discutir se parece más a pelearse verbalmente. No es el significado que hoy quiero aclarar.

Lo es, dar argumentos, significa ofrecer una serie de razones o de pruebas para apoyar una conclusión. Argumentar no es simplemente afirmar un punto de vista. Implica un esfuerzo para apoyar un punto de vista con razones. Por ello, es esencial usar argumentos cuando se discute.

Discutir usando argumentos es esencial sobre todo porque constituye una manera de descubrir qué puntos de vista son superiores a otros. No todos los puntos de vista son igualmente válidos. Si aprendes a hacerlo de esta forma, encontrarás conclusiones que se apoyan en buenas razones, y otras que apenas se sostienen. ¿Cómo vas a distinguirlas?: ofreciendo argumentos para las diversas conclusiones y valorándolos para ver qué tan convincente es cada uno de ellos.

Tendiendo a ese sentido, un argumento es una forma de indagación. Filósofos y activistas han argumentado, por ejemplo, que las corridas de toros es un sacrificio hacia esta especie animal y que les produce un tremendo sufrimiento, que resulta injustificable e inmoral. ¿Tienen razón? No podemos decidirlo teniendo en cuenta solamente nuestros propios prejuicios. ¿Tenemos obligaciones morales hacia las otras especies, por ejemplo, o el sufrimiento sólo es malo cuando es humano? Esta y muchas más preguntas deben considerarse detenidamente, y las respuestas no están claras a primera vista.

Dar argumentos es esencial por otra razón. Una vez que hemos llegado a una conclusión que está bien sustentada, la explicamos y la defendemos con argumentos. Un buen argumento no se limita a repetir la conclusión, sino que ofrece razones y pruebas para que los demás juzguen por sí mismos. Si tú, amable lector, estás convencido, por ejemplo, de que debemos cambiar la forma de la llamada fiesta brava, debes usar argumentos para explicar cómo llegaste a esa conclusión.

Ésta es la forma en que convencerás a otros: ofreciendo pruebas y razones que te convencieron a ti. No es ningún error tener opiniones contundentes. El error es no tener nada más. Como sucede en la mayoría de las discusiones que vivimos u observamos, donde simplemente se da total crédito a lo que otros señalan (principalmente medios de información) y la mayor parte de la población, repite y aumenta situaciones sin detenerse a reflexionar o analizar, si así son las cosas.

Por regla general aprendemos a discutir afirmando. Es decir, se empieza por la conclusión (se externa un deseo, una opinión) sin ofrecer argumentos para apoyarla. A veces esta manera de actuar funciona, al menos en la etapa juvenil.

Dar verdaderos argumentos requiere tiempo y práctica. Reunir razones, formular conclusiones que sean proporcionales a las pruebas que se disponen, considerar las objeciones… Éstas son destrezas que se adquieren con el tiempo, pero analizando, reflexionando y poniendo en duda todo lo que ves, escuchas o sabes. Se debe adquirir madurez, y no precisamente tiene que ver con ser mayores, sino con dejar de lado nuestros deseos y opiniones por un instante y pensar de verdad.

La enseñanza formal puede ayudarnos o no. Incluso la legislación (leyes, decretos, reglamentos, etcétera) tienen su espíritu, su historia del porqué se promulgó de esa manera, pero no siempre se cuenta con argumentos sólidos para probarlo y es la razón por la que existen tantas lagunas en las leyes federales o locales.

Practicar la argumentación tiene beneficios colaterales. La mente se vuelve más flexible, con menos prejuicios, más despierta. Al hacerlo de manera cotidiana o frecuente llegamos a apreciar la mejoría personal que nuestro pensamiento crítico puede llegar a representar. A lo largo de nuestra vida familiar, en la política, en la ciencia, en la filosofía e incluso en la religión se nos ofrecen constantemente argumentos para que los valoremos, y nosotros podemos responder ofreciendo nuestros argumentos propios. Piensa, estimado lector, en la argumentación como una forma de hacerse un lugar en esta dinámica dialéctica continua, y te aseguro que cuando lo hagas, apreciarás que no hay nada mejor que esto.