Lic. Alfredo Castañeda Flores Analista
9 de octubre del 2020.- Empezando por Moisés, todos los grandes líderes de la historia sabían que es necesario aplastar por completo al enemigo que tenían. (En algunas oportunidades aprendieron esta lección a fuerza de golpes). Si se deja encendida una sola brasa, por muy débil que sea, siempre se corre el riesgo de que vuelva a desencadenarse un incendio. Se ha perdido más por una aniquilación a medias que por una exterminación total: al enemigo se recuperará y buscará venganza. Destrúyelo por completo, no sólo física sino también espiritualmente.
Aplaste al enemigo, es la premisa estratégica clave de Sun-tzu, el autor de El arte de la guerra, del siglo IV a. C. La idea es simple: tus enemigos desean perjudicarte. Lo que más desean es eliminarte. Sí, en tu lucha con ellos, te detienes a mitad del camino, o incluso a las tres cuartas partes, ya sea por piedad o porque albergas la esperanza de una posible reconciliación, solo los volverás más decididos y más violentos, y algún día se vengarán de ti. Podrán actuar de forma amable y conciliadora durante un tiempo, pero esto sólo se debe a que los has derrotado. No les queda otra alternativa que esperar.
La solución: no tengas piedad para con ellos. Aplasta a tus enemigos de forma tan radical como ellos te aplastarían a ti. En última instancia, sólo se puede esperar paz y seguridad por parte de los enemigos una vez que se los ha hecho desaparecer.
Mao Tse-tung, afanoso lector de Sun-tzu y de la historia china en general, conocía la importancia de esta ley. En 1934, el líder comunista y unos 75,000 soldados mal equipados marcharon hacia las desoladas montañas de China occidental para escapar del poderoso ejército de Chiang Kai-shek, protagonizando lo que luego se dio en llamar la Larga Marcha.
Chiang estaba decidido a eliminar hasta al último comunista que hubiera en su país, y algunos años después a Mao sólo le quedaban 10,000 soldados. En 1937, cuando China fue invadida por Japón, Chiang consideró que los comunistas ya no constituían una amenaza. Decidió dejar de perseguirlos y concentrarse, en cambio, en la invasión japonesa. Al cabo de diez años, los comunistas se habían recuperado lo suficiente como para derrotar al ejército de Chiang, quien había olvidado la antigua sabiduría que señala la necesidad de aplastar por completo al enemigo. Mao, en cambio, no la había olvidado. Chiang fue perseguido hasta que todo su ejército huyó a la isla de Taiwán. Hoy nada queda de su régimen en China continental.
La sabiduría de aplastar al enemigo es tan vieja como la Biblia. Puede ser que el primero en ponerla en práctica haya sido Moisés, quien la aprendió de Dios, cuando Él separó las aguas del mar Rojo para que los judíos pudiesen pasar y luego volvió a cerrarlas sobre los egipcios que los perseguían, de modo que no escapó uno solo. Cuando Moisés bajó del monte Sinaí con los Diez Mandamientos y vio que su pueblo adoraba al Becerro de Oro, hizo degollar hasta al último de los transgresores. Y, ya en su lecho de muerte, dijo a sus seguidores, que por fin iban a entrar en la Tierra Prometida, que cuando hubieran derrotado a las tribus de Canán debían destruirlas por completo… no hacer trato con ellos ni tenerles clemencia.
El objetivo de la victoria total, un axioma de la guerra moderna, fue formulado como tal por Carl von Clausewitz, el principal filósofo de la guerra. Al analizar las campañas de Napoleón, von Clausewitz escribió: Afirmamos que la aniquilación directa de las fuerzas enemigas deberá ser siempre el objetivo predominante… Una vez obtenida una gran victoria, no se deberá hablar de descanso ni de respiro, sino sólo de persecución, siguiendo al enemigo, tomando su capital, atacando sus reservas y todo aquello que pudiese brindar apoyo y comodidad a su país. El motivo de esto es que después de la guerra vienen las negociaciones y la división del territorio conquistado. Si sólo ha obtenido una victoria parcial, inevitablemente perderás en las negociaciones lo que has ganado en la guerra.
La solución es simple: no dejes opción a tus enemigos. Aniquílalos, y el territorio de ellos será tuyo. El objetivo del poder es ejercer el control total sobre los enemigos y someterlos a voluntad. Amable lector, no puedes darte el lujo de hacer las cosas a medias. Si no les quedan opciones, tus enemigos se verán obligados a aceptar las condiciones que les impongas. Esta ley se aplica mucho más allá del campo de batalla. La negociación es una serpiente ponzoñosa que devorará tu victoria. Por lo tanto, no dejes a tus enemigos nada para negociar, ni esperanza, ni espacio para maniobrar. Han sido aplastados y punto.
Inteligente lector deberás comprender lo siguiente: en tu lucha por el poder generarás rivalidades y crearás enemigos. Habrá personas a las que no podrás ganar para tu causa y que siempre serán tus enemigos. Pero sea cual fuere la herida que les has causado en forma deliberada o inconsciente, no tomes ese odio como algo personal. Reconoce, simplemente que entre tú y esas personas no hay paz posible, sobre todo mientras poseas el entorno, buscarán, sin duda alguna, vengarse de ti. Esperar a que pongan las cartas sobre la mesa es una necedad total.
Se realista: con un enemigo de este tipo en tu entorno, nunca te sentirás seguro, no hagas las cosas a medias.
Por supuesto que no estoy planteando una cuestión de asesinato, sino sólo de destierro. Si logras debilitarlos lo suficiente y luego desterrarlos para siempre de tu entorno, tus enemigos se volverán inofensivos. No tendrán la posibilidad de recuperarse, de volver a congraciarse y herirte. Y si no puedes desterrarlos, comprende por lo menos que siempre estarán maquinando algo contra ti y no te dejes engañar por ninguna muestra de amistad que simulen. La única arma, en una situación semejante, es la cautela. Si no puedes desterrarlos de inmediato, ve previendo el mejor momento para actuar.
Recuerda esto: una serpiente aplastada bajo tu pie, pero aún viva, se levantará para morderte con una doble dosis de veneno. Un enemigo que permanece cerca de ti es una serpiente a medio morir, a la cual estás ayudando a sanar. El tiempo potencia el veneno. ¡Cuidado!