En memoria de Alberto Aguilera Valadez, Juan Gabriel
Para bien o para mal, a Michoacán le fue vedado despedir simbólicamente a uno de sus hijos ilustres, Juan Gabriel, nombre artístico de Alberto Aguilera Valadez. Más concretamente, el veto afectó a Parácuaro y a sus habitantes, su tierra natal.
¿De dónde es uno? Unos dicen que de donde se nace; otros más, y no les falta razón, que de donde se hace. Al respecto rescato una idea que leí y que retomo en un artículo mío de septiembre de 2010, que por alguna razón no me fue publicado en La Jornada Michoacán, diario donde regularmente se me publicó semana a semana durante diez años. La idea se la leí a José Agustín Ortiz Pinchetti en su colaboración del domingo 12 de septiembre de 2010 en La Jornada: “la verdadera patria del hombre es la infancia”. Por aquellos días celebratorios del Bicentenario de la Independencia, la frase me vino como anillo al dedo para reclamar un orgullo local: la infancia, adolescencia y juventud vividas por José María Morelos y Pavón durante diez años en Parácuaro, de 1779 a 1790, de los 14 a los 25 años. Investigué a quién pertenecía esa frase y encontré que al poeta alemán Rainer María Rilke (1875-1926).Escribí: “Entre los textos que encontré está éste de J.R. Alonso de la Torre, que de entrada dice: “Se le atribuye a Rainer María Rilke una frase muy socorrida de la que casi todos echamos mano cuando nos flaquean las raíces y se nos nubla la identidad. Decimos entonces: La verdadera patria del hombre es la infancia, y ahí coinciden nacionalistas, universalistas y hasta apátridas. Y es que tenía razón José Bergamín cuando avisaba de que el niño que fuimos nos persigue toda la vida “y al final nos alcanza”.
Continúa de la Torre en mi artículo: “Para Machado, su infancia eran recuerdos de un patio de Sevilla y esa obsesión nostálgica hubo de perseguirle como persigue a todos los artistas, que ya apuntaba Ernesto Sábato que lo esencial de la obra de un creador sale de alguna obsesión de la infancia. Pero no hace falta ser un creador para que la infancia nos marque…” (http://www.hoy.es/prensa/20061204/contraportada/verdadera-patria-patio-colegio_20061204.html)
Continúo con la auto cita de aquel artículo: “En efecto, a no pocos amigos de las ciudades grandes les resulta curiosa la obsesión que llegamos a tener algunos por la patria chica: nuestros pequeños pueblos natales. Por ejemplo, en Parácuaro, Michoacán, tenemos esa obsesión, al grado de que inventamos una asociación de profesionistas para tener un pretexto que nos haga regresar con periodicidad al pueblo añorado, que nos impida desarraigarnos del todo; para tener al menos una vez al año la oportunidad de reencontrarnos con los profesionistas contemporáneos y con los de las nuevas generaciones, pero sobre todo para reencontrarnos con los recuerdos dispersos en los rincones del pueblo y municipio en general…”
“En Parácuaro queremos suponer que José María Morelos y Pavón, al igual que nosotros ahora, quedó marcado por su infancia; es posible que él aún más, pues también vivió ahí su juventud. Es cierto que poca gente sabe de este hecho histórico, pues los reflectores de los historiadores están más orientados a indagar sobre los episodios de su etapa insurgente. Existe otro inconveniente que oculta la relación de José María Morelos con Parácuaro: por esos años (1779-1790) Parácuaro pertenecía a la jurisdicción civil y religiosa de la Subdelegación de Apatzingán, razón por la cual los textos históricos hacen referencia más a la cabeza jurisdiccional que a la localidad inmediata, que tendría que ser Parácuaro, cuando se menciona Tahuejo. Esta práctica usual del historiador deja en la oscuridad zonas de la historia local, que especialmente interesan a los paracuarenses…”
Toda esa argumentación me llevaba a concluir que Parácuaro había sido la verdadera patria de Morelos; de hecho ese era el título del artículo. Pero ahora esa argumentación me sirve para defender que la verdadera patria de Juan Gabriel fue Parácuaro.
Pedro Ángel Palau, autor de la novela Morelos, morir es nada (2007), hace decir al personaje principal, Jerónima Aguilar, sobre su amado: “Los diez años de Tahuejo, como él los llamaba al recordarlos y lo hacía con frecuencia, lo formaron mejor que todas las gramáticas y los latines de sus años posteriores como estudiante de teología…”. Es claro que es una interpretación literaria, pero responde a la idea de los profundos sentimientos que se cimentan en la infancia de todo ser humano. Hay muchos ejemplos del medio artístico.
Abundando en el tema de la patria, en entrevista, el novelista español Arturo Pérez-Reverte, afirma: “…las banderas, las patrias, etcétera, no son más que sustitutos. La única patria verdadera, la que cuenta, es la infancia con toda su carga de recuerdos (Le Magazine Litteraire, junio de 2000)www.icorso.com/prensa11.html
Y el novelista peruano, Mario Vargas Llosa, ante periodistas en Nueva York hizo declaraciones, de las cuales recojo la siguiente: “…en su encuentro con la prensa neoyorquina, en Manhattan, afirmó: Soy peruano. Lo que digo y hago expresa el país en el que he nacido. El país en el que he vivido las experiencias fundamentales que son las que marcan al ser humano, que son las de infancia y juventud…” (La Jornada, 8/09/2010)
Al recibir el premio Nobel de Literatura 2010, el 7 de diciembre, en su discurso fue prolijo Vargas Llosa en destacar la importancia de su infancia en lo que fue después, para lo cual me doy licencia de citar amplios párrafos: “… No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país –lo que tampoco tendría mucha importancia–, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.
“Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así…”
“…No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver…”
Pero Juan Gabriel, representado en sus cenizas mortales, ya no pudo volver a ese lugar, a ese hogar: Parácuaro.