5 febrero, 2025
ROTATIVO DIGITAL

Qué orgullo ser mexicano…

Hoy quiero aprovechar este espacio para hablar de los que sienten orgullo de ser mexicano, pero al mismo tiempo reniegan de los indígenas y la cultura nacional.

De entre todos los mitos o engaños de que hemos sido objeto, es difícil encontrar uno más enredado, rebuscado y retorcido que el de la conquista, que extraña y tristemente le da fundamento a la identidad nacional como un pueblo nacido de la derrota. Todos sabemos que México fue conquistado… aunque incluso hay gente que no sabe por quién; todos sabemos que tuvimos una independencia, aunque no todos saben de quien, presuntamente, se independizó México.

En realidad, los tres mil años de historia de México se podrían resumir de forma muy escueta según el imaginario colectivo: tenemos tres mil años de historia, éramos indígenas felices, evolucionamos hasta ser el gran imperio azteca, entonces fuimos conquistados por los españoles y se interrumpió con ello nuestra gloriosa historia, estuvimos sometidos tres siglos, hasta que los aztecas, ahora llamados mexicanos, nos liberamos de España, que nos sometía con las cadenas de la esclavitud.

Sin embargo, y por razones no muy claras, no se logró justicia y desarrollo en un siglo, en gran medida por tres cosas: el estigma de ser conquistados, la infame venta/robo del territorio en manos de Santa Anna y la dictadura afrancesada de Porfirio Díaz. Luego hubo una revolución que nos hizo un país moderno, dotado de instituciones y con derechos sociales… aunque se llegó al siglo XXI prácticamente sin nada de eso… y la pregunta sigue en el aire: ¿Quién es el culpable?

Ir por la vida con la idea de que fuimos conquistados y saqueados por los españoles nos daría, prácticamente la obligación de odiarlos, por eso hasta la década de los setenta aún se escuchaba en el grito de independencia el mueran los gachupines del revoltoso Hidalgo. Claro está que no hemos matado a los gachupines y de hecho si lo hiciéramos, moriría la mitad de nuestro ser. En México, matar al español sería un suicidio.

Evidentemente, renegar de nuestro origen indígena seria también renegar de nosotros mismos, porque los mexicanos somos exactamente eso: el indígena y el español. Pero bien visto, de hecho gran parte de los problemas de México se derivan precisamente de que los mexicanos renegamos de nosotros mismos; el que se siente conquistado por el español pero dice no ser indio, y el que dice no ser indio, pero reniega del español… en español.

Un ser que es español y que es indio, y que repudia a ambos, está absolutamente solo, y evidentemente, en un laberinto de paradojas… ahí está El laberinto de la soledad de Octavio Paz: “Es pasmoso que una nación tan rica en tradición sólo se conciba como negación de su origen”

Es por esto que México es ante todo una experiencia sicológica: reniega de su conquista, pero fundamenta en ella su identidad, ya que es su pretexto universal para todas sus derrotas: el ser conquistado, eso sí, un ser conquistado que rechaza ser indígena, no acepta ser español y entonces termina por no ser nada.

Sin lugar a dudas, la Conquista como fundamento de la identidad es simplemente el complemento del mito que nos dice que México existía antes de 1521, y que de hecho tres mil años de culturas mesoamericanas, de los olmecas a los aztecas, eran ya México… aunque México sea un país donde predomina el catolicismo, el guadalupanismo, el barroco… y claro, el idioma español, y nada de eso existiera antes de la llegada de Hernán Cortés.

Pero si ya bastante desafortunado es fundamentar una mexicanidad en un ser indígena que no entendemos del todo, e inconscientemente rechazamos, y en una derrota mal llamada conquista, más fatídico aún resulta haber complementado esa identidad mexicana con humildad y pobreza… aunque desde luego es complementario: conquistados, y por lo tanto pobres… pero honrados, y por tanto, humildes.

Y es que la mexicanidad de la Conquista se complementa con la de la Revolución, o mejor dicho, con la del mito muralista de la revolución, que nos presenta al campesino oprimido levantándose, como un solo ser nuevamente, contra la opresión de la aristocrática dictadura de Porfirio Díaz. Los gobiernos posrevolucionarios hicieron sólo una cosa por el indio, y fue cambiarle el nombre, lo bautizaron como campesino, y así, en lugar de tener a la indiada, tuvieron al campesinado, elemento vital en la nueva política del acarreo, emanada de la revolución.

El indio pobre del siglo XIX se convirtió en el campesino pobre del siglo XX, sólo que ahora representado en un sector del partido que monopolizó la supuesta revolución. La nueva educación histórica hecha para exaltar la guerra civil que entronizó al régimen, plasmó una revolución social que nunca existió, y que, de existir, fue evidentemente fracasada, vistos los más de cincuenta millones de miserables de un siglo después de la Revolución.

La llamada historia oficial no es otra cosa que la que implementaron, como dogma y por decreto, los gobiernos posrevolucionarios, con la idea de fundamentar con ella la identidad nacional; esta historia, oficial e incuestionable, fue la que nos convirtió de un día para otro en descendientes de aztecas conquistados, que le mientan la madre al español en español. Es también la historia que estableció que el indio pobre del siglo XIX (definitivamente jamás independizado por la independencia) fue el que luchó por sus derechos y se erigió como campesino afiliado al partido… un campesino con dádivas que lo llevan a las urnas, pero nunca la progreso.

Ahí está pues, el laberinto de soledad y paradojas en el que vive perdido el mexicano: un ser que es en parte indio pero no quiere ser indio, que es en parte español pero reniega de su hispanidad; un país de mestizos que presuntamente está orgulloso de su mestizaje cultural pero donde nadie se acepta como un mestizo, y buscan entonces su indigenismo o su hispanidad. Un país mestizo donde se niega la mitad española de ese mestizaje. Un pueblo que nació del encuentro, por violento que fuera, de los aventureros de Cortés con el mundo amerindio, pero que pretende despreciar a Cortés y transformar su epopeya en una conquista, Nuestra conquista.

Entonces, ¿dónde está el orgullo de ser mexicano?