La clase política gobernante de nuestro país nunca ha estado más exhibida que en los días y meses que corren de este 2017, por los escandalosos niveles de corrupción e impunidad que sin cesar salen a flote. Cada vez nos queda más claro a los mexicanos el nivel de perversión a que llegó nuestra clase política, para la cual la función pública ha sido sólo la oportunidad de hacer negocios privados para sí y el grupo al que se pertenece, olvidándose de que lo suyo tendría que haber sido servir al pueblo a través de administrar con honestidad los recursos públicos puestos a su disposición; ello en la búsqueda del aprovechamiento racional de los recursos naturales en beneficio de los distintos sectores de la población.
El hecho de que la corrupción política esté asomando en muchos países del continente a través del caso Odebrecht, de Brasil, no debe ser consuelo ni justificación. Los mexicanos tenemos más de treinta años metidos en el fango de la corrupción política, razón más que suficiente para pensar que ya es hora de tocar fondo en esta materia y de tomar medidas en consecuencia para retomar el camino de la honestidad política.Que la corrupción de la clase política nacional es vieja, tengo pruebas de que es algo que de tiempo atrás ya era una percepción maloliente en el ambiente político. Tan es así que un acto de cooptación política en Michoacán en 1995 me movió a reaccionar con un texto bajo la modalidad de sátira política, con el formato de divertimento de teatro guiñol, que titulé: El Dedo del Señor hizo un viaje relámpago a la Piedad, Michoacán.
En él los personajes son el difunto Eduardo Villaseñor, en aquel momento candidato a gobernador, y el presidente Carlos Salinas de Gortari, en el que éste da cátedra de sabiduría y cinismo políticos y el primero, de ignorancia e ingenuidad.
Van un fragmento:
El presidente Carlos Salinas de Gortari estaba presumiendo lo mucho que se desvela por los michoacanos y todos los mexicanos:
Lalo. _¿A poco sí piensa y hace por los 80 millones?
Presidente. _Bueno, es un decir, porque sería muy presuntuoso de mi parte decirlo; en realidad todo lo que hago es pensando en mis cuates, cuyo número apenas rebasa los 300; esa cantidad es más realista, ¿no te parece? Todo lo que hago es pensando en ellos; pensando en ellos decidí deshacerme de las empresas del Estado, como Teléfonos de México, los bancos, etc., etc.
Lalo. _Sí, hasta yo pude entrarle a la compra de algunas accioncitas de…
Presidente. _Y eso que no estás en la lista de mis 300 cuates más consentidos. Tú formas parte de un grupo más amplio. Mis 300 de veras, pero de veras consentidos, tienen lana como nadie se imagina; para poder imaginarnos sus fortunas es más fácil verlas traducidas a dólares.
Lalo. _¿Eso quiere decir que aunque mi fortuna sea grande, frente a las de ellos viene siendo nada?
Presidente. _Sí, Lalo; lo tuyo es un juego de niños, aunque tengas jets y helicóptero; los juguetes de ellos son para gente grande y pueden comprar todo lo que se les antoje. Sus fortunas compiten con las más grandes de los ricos de cualquier país desarrollado.
Lalo. _Caray, qué envidia de la buena. A ver si de gobernador me puedo dar una emparejadita.
Presidente. _Está difícil, Lalo, pero puedes hacer la luchita, que para eso se sacrifica uno tanto por el país; nada más que hay que tener mucho cuidado, ya ves que los ojos de los envidiosos están siempre muy abiertos sobre nosotros los gobernantes.
Lalo. _Sí, claro, por supuesto señor. Qué a gusto se siente uno hablando de los terrenos conocidos, como son los negocios. Oiga, señor, ¿y cómo va su luchita?
Presidente. _Bueno, de eso no te puedo decir ni mucho ni poco, pues sería entrar a terrenos de mi vida privada, que debes saber es sagrada.
Lalo. _Lo sé, pero nada le cuesta darme aunque sea una pista.
Presidente. _Nada que no conozcas, Lalo, pues no es casualidad que tu fortuna se haya incrementado de manera tan inexplicable.
Lalo. _!Los prestanombres!
Presidente. _Son útiles, cómo no… por ahí puede ir la cosa. Nomás que mucho cuidado, deben ser gente de la mayor confianza, es muy riesgoso. Si algo sale mal, si hay voracidad, si no hay discreción, si no hay la madurez suficiente en la gente para disfrutar fortunas rápidas y malhabidas, acuérdate que primero está el sistema político que nos da de comer y asegura el futuro de nuestros hijos; el sistema es justo y no perdona ese tipo de infidelidades, no perdona avorazamientos, no perdona corrupciones poco discretas o de plano escandalosas. En esos casos cae sobre ellos la aplanadora de la Justicia y no hay amigo que valga y salve de la situación; ni el presidente de la República con todo lo poderoso que sabes y te consta que es; es más, él es el primero, yo para que me entiendas, en echar a andar la maquinaria de la Justicia. Eso básicamente con dos objetivos: para que mis amigos escarmienten en cabeza ajena y se midan en sus ambiciones; y dos, para hacer creer a la opinión pública que el gobierno se maneja con rectitud y honestidad, y que al primer caso de corrupción que asoma actúa de inmediato. Eso le da confianza al pueblo, y a nosotros más, por supuesto (ji, ji).